Sapa es una
pequeña ciudad de aproximadamente 35000 habitantes, situada en el extremo
noroeste del país y a unos 1500 metros de altitud, Sapa es un maravilloso
enclave rodeado de imponentes montañas y espléndidos paisajes conformados por
bancales de arroz y bosques pseudotropicales que pintan toda la zona de un
verde increíble. A pesar de ser una ciudad muy turística, en donde por primera
vez desde que empezamos nuestro viaje podemos ver casi el mismo número de
extranjeros que de autóctonos, no hay más que caminar unos 10 minutos para
poder salir del bullicio de la plaza central y los mercados colindantes para
poder disfrutar de los increíbles parajes naturales que la rodean y
escabullirse entre el silencio de sus arrozales, y si el tiempo acompaña,
disfrutar de una espectacular puesta de sol.
En sus
alrededores habitan algunas etnias minoritarias, de entre las que la más
numerosa es la etnia Hmong (o también llamada Miao), con más de un millón de personas
en todo Vietnam, provenientes del sur de China, y que también podemos encontrar
en Laos, Camboya y Tailandia. Se caracterizan por sus vestimentas en color
negro y con decoración en las mangas de color verde, rojo y morado, así como
por llevar gorros muy coloridos. Existen a su vez otras etnias menos numerosas
como la etnia Dao Do (que se
caracteriza por sus sombreros de color rojo), la etnia Tay (con un traje tradicional sencillo, generalmente de color
índigo o azul oscuro) o la etnia Giai (cuyo
traje está decorado en la parte del cuello con colores muy luminosos como el
azul celeste o el verde).
![]() |
Mujeres de la etnia Dao Do vendiendo souvenirs en la plaza de Sapa |
![]() |
Pelea de gallos |
Después
de mucho preguntar llegamos a la conclusión de que no podríamos realizar la
ascensión por cuenta propia, así que tras consultar con todas las agencias y
muchos hoteles de la ciudad, decidimos contratar un guía que nos llevara hasta
la cima en una excursión de dos días y una noche, pues por delante nos
esperaban 1148 metros de desnivel positivo, pero más de 1500 metros de desnivel
acumulado. Empezamos a 1995m de altura, en el paso de Tram Ton, pasada la
Cascada de Plata. El camino rápidamente se adentra en un espeso bosque
tropical, muy húmedo, y más cuando había estado lloviendo los días anteriores,
por lo que se hacía difícil andar por el camino embarrado y rocoso que se
convertía en una auténtica pista de patinaje. Tras cuatro horas de aproximación
en que salvamos solamente 200 metros de desnivel, Cao, nuestro guía, decidió
parar para avituallarnos, para posteriormente proseguir el camino que nos
llevaría hasta el segundo campo base, donde pasaríamos la noche. Después de una
copiosa comida y unos intercambios de fotos, empezamos la que sería la parte
dura del día, pues en apenas 2 horas y media salvamos un desnivel de 600 metros
que a través de la arista de la montaña nos llevó hasta el campamento base,
compuesto de una choza con forma de
tienda canadiense con 2 tarimas de madera donde debíamos dormir excursionistas,
guías, porteadores y algún que otro roedor juguetón. Conocimos a Valentin (un
francés muy majete con el que coincidiríamos posteriormente en Cat Ba) y con
unas chicas españolas que nos amenizaron la tarde. Después de una temprana cena
(¡a las 5 de la tarde!) esperamos a que oscureciera en espera de una de las
peores noches que pasaríamos en Vietnam. Imposible dormir. Los guías y
porteadores de fiesta, las tablas de madera de las tarimas estaban dispuestas
sin orden alguno y buscando huesos para quebrar y espaldas que moldear, un
abrir y cerrar incesante de puertas cada vez que entraba y salía alguno de los
guías, además de los gritos de alerta de las ratas que buscaban algún resto de
comida que poder apañar. En resumen, una noche para olvidar. Pero el Fansipan
bien valía el sufrimiento.
Por la
mañana, buenas noticias, ¡NO LLOVÍA! Así que tras un buen desayuno, ¡a caminar!
Nos quedaban por delante dos duras horas de sube y baja en busca del Fansipan. Y
dicho y hecho, tras un par de horitas, por fin llegábamos a la cumbre más alta
de Indochina, el Fansipan, con su pirámide conmemorativa marcando el hito, y
absolutamente enterita para nosotros solos. Diana se había portado como una
auténtica campeona e hizo una subida excepcional. La emoción en la cima era de
completa felicidad y las vistas de los valles que la rodeaban era
sobrecogedora. Unas fotos de rigor, unos minutos disfrutando de la cima
sintiéndonos los amos del mundo, y nuevamente en camino, que aún nos quedaban
unas cuanta horas de duro descenso, que se nos hizo bastante cuesta abajo
(nunca mejor dicho), muy peligroso por lo resbaladizo del camino, en busca de
la recompensa final, unas cervezas bien fresquitas y una espectacular puesta de
sol. Nos lo habíamos merecido. Y después, a descansar y hasta otro día.
Que bien encontrar este post, estoy mirando como subir al Fansipan en agosto y vuestra info es de gran utilidad, gracias!
ResponderEliminar