3 de noviembre de 2012

La cebra


¿Creéis que en Vietnam existen cebras? No ¿verdad? Pues estáis equivocados. En Da Lat, en medio de las montañas, puedes ver cebras. Increible.

Después de incontables horas de viaje en autobús, en el que afortunadamente pudimos dormir, nos plantamos en Da Lat después de cambiar de autobús en Nha Trang, en donde tan solo estuvimos 1 hora de paso, de lo que nos alegramos muchísimo, pues es como Lloret de Mar, Salou o Benidorm, por lo que sobran comentarios. En Vietnam pasa una cosa bien curiosa con los transportes, y es que los autobuses no siempre paran en la estación de autobuses del pueblo o ciudad, sino que en la mayoría de ocasiones paran enfrente de un hotel con el que tienen algún tipo de acuerdo, para intentar que los turistas piquemos, nos quedemos en dichos hoteles y recibir a cambio su comisión, práctica que resulta bastante molesta para el mochilero, que tiene que cargar con su equipaje durante sabe cuanto tiempo en busca del centro de la ciudad, el hotel reservado, etc.

Engaños y timos aparte, el viaje por el interior de Vietnam bien merece la pena, pues el paisaje cambia radicalmente, dando paso a paisajes realmente rurales, en donde las poblaciones dejan de tener construcciones de estilo francés o colonial para dar paso a sencillas y bonitas casas o chabolas de madera que confieren un aire más auténtico al entorno.

Los motivos que nos llevaron Da Lat fueron huir de las hordas de turistas que siguen las guías de viaje más famosas y hacer algo de ejercicio, con el objetivo del monte Lang Biang en la cabeza, un antiguo volcán que alcanza una altura de 2167m. Da Lat es una ciudad cara en comparación con el norte de Vietnam, pero buscando un poquito buscas cantidad de puestos de fideos baratos, restaurantes repletos de lugareños en las inmediaciones del mercado central y numerosos puestos de comida rápida en el mercado nocturno, además de algún restaurante que ofrece platos de arroz, noodles y rollitos de primavera por un módico precio. La dieta estándar que un mochilero en Vietnam.

Para ir al monte Lang Biang, hay que coger un autobús en la calle Panh Ding Phung que cuesta 12000 dong/trayecto (0,5 euros) hasta la última parada, en la entrada del parque nacional. Una vez allí pagas la entrada al parque (10000 dong = 0,4 euros) y en unas 2 horas de camino llegas hasta la cima. Existen 2 caminos desde el panel informativo de la entrada del parque. El más recomendable es el de la izquierda, que sube siguiendo la carretera hasta un segundo panel informativo que indica el camino a seguir ya por el interior del bosque. Y un camino que sale a la derecha de la carretera y que va a dar a la misma justo antes del segundo panel informativo. Este segundo camino es mucho más empinado, y no es recomendable porque está muy mal señalizado y es muy fácil perderse en el bosque. Nosotros coincidimos con 2 chicos alemanes que pudieron evitar la carretera gracias a que llevaban grabado el track en su GPS.

La caminata fue muy gratificante, aunque en su parte final la pendiente es muy pronunciada y se salva subiendo unos interminables escalones llenos de barro y muy, muy resbaladizos, pero las vistas desde la cima bien merecen la pena el esfuerzo.


De todas maneras, lo más impactante del día no fue ni llegar a la cima, ni contemplar las vistas, sino poder contemplar la verdadera esencia de lo que significa Vietnam hoy en día. Y es que al entrar en el recinto del parque natural pudimos observar una escena totalmente increíble, que no nos podíamos creer ni aún después de frotarnos los ojos varias veces. ¡En el parque había cebras! Yo creía que solamente podías verlas en África, pero no, tanto documental de la 2 no había servido para nada, nos acababan de desmontar nuestra imagen de la sabana africana ¿y si todos esos documentales del Serengeti se habían rodado allí, en Da Lat, en el puto centro de Vietnam? ¿Y dónde estaban los leones, y las hienas? Desgraciadamente, solamente había que prestar un poquito de atención y limpiar bien las gafas. Bien es sabido que Vietnam es el paraíso de las falsificaciones, aquí lo copian todo y todo parece original y de primerísima calidad. ¡Todo menos las cebras! ¿Pero a quién se le ocurre pintarle rayas negras a un pobre caballo blanco? Si el malogrado amigo Félix levantara la cabeza no se creería semejante esperpento. ¡Hay que ser cutre para hacerle eso a unos pobres caballos! No tiene nombre.

Como decía, esto refleja perfectamente lo que es este país hoy día, el paraíso de la falsificación,  pero eso no es culpa de ellos, y cuando caminas por las calles vietnamitas y miras atentamente a cualquier persona de más de 40 años piensas, ¡coño! este/a tío/a ha vivido la guerra en sus carnes. Entonces reflexionas y ya no te parece tan agobiante ni tan terrible que te estén intentando sacar un dólar cada vez que pueden.

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