Nos levantamos temprano y
desayunamos con la vista del Annapurna II bajo los primeros rayos de sol de la
mañana. Impresionante. Nos esperaba una jornada dura por delante antes de
llegar a Manang (3540 m), ascendiendo a las primeras de cambio 420 metros de
desnivel en los primeros kilómetros, puesto que habíamos decidido ir por el
camino antiguo para disfrutar de las mejores vistas posibles.
Mientras engullimos nuestro
desayuno el sol va calentando un poco el ambiente y para cuando salimos al
exterior ya no hace demasiado frío a pesar de estar a 3300 metros. Empezamos a caminar
haciendo girar previamente los rodillos de oración antes de salir del pueblo
con el fin de bendecir todos los lugares por los que pasaremos. Después de unos
primeros tres kilómetros totalmente llanos cruzamos otro puente colgante más,
esta vez con una gran caída por debajo (gran ejercicio para superar mi miedo a
las alturas), y empezaba lo más duro del día, la ascensión hasta Ghyaru (3370
metros), 2 kilómetros de longitud y 400 metros de desnivel en un camino que
zigzagueaba sin cesar y que ofrecía unas vistas más y más espectaculares a cada
paso que dábamos. En este tramo sí que se hacía notar la altura y tuvimos
nuestro primer momento delicado del día, que supimos solventar aplicando
psicología positiva. Llegamos a Ghyaru y nos sentamos enfrente de su enorme
estupa a recuperar el aliento y a avituallarnos un poco...y ¡SORPRESA! Vimos la
cara del Annapurna II (7937 m), desafiante, enorme, maravillosa.
Sentados al borde de un balcón natural pasamos más de media hora anonadados por
el imponente Annapurna II, casi sin querer seguir adelante para seguir
contemplando semejante mole, felices, contentos y risueños por poder disfrutar
de este bellísimo paraíso. Y por primera vez se mostró el Annapurna III (7555
metros), a lo lejos, esperando atentamente nuestra visita. Desde Ghyaru dominas
con la vista los dos valles que se abren ante ti y que recuerdan, especialmente
a los pies del Annapurna III, al paisaje lunar de la Capadocia.
Una vez con las pilas recargadas
y bien hidratados proseguimos el camino por su parte alta, poco a poco, sin
prisa pero sin pausa, aclimatándonos tranquilamente a la altura. Este camino
nos permite obtener unas vistas a cada paso más fascinantes, dejándonos
boquiabiertos una vez más. Y lo que nos quedaba. Mientras ascendíamos, el nerviosismo
y el desnivel nos hacían pasar por el segundo momento peliagudo del día ante
unas cuestas que parecían no terminar nunca, pero el tesón, la calma y otra vez
la psicología positiva surtieron efecto justo momentos antes de que el camino
cambiara de rasante e iniciara un progresivo descenso hasta el pueblo de Ngawal
(3680 metros), a los pies de un pequeño santuario nepalí. Paramos a los pies de
unos rodillos de oración para intentar impregnarnos de energía positiva antes
de encarar la parte final del recorrido y entrar en el valle que nos llevaría
hasta Manang, el objetivo del día. A partir de Ngawal el camino tomaba un
rápido descenso hasta llegar a una zona totalmente árida a las faldas del
Annapurna III. A estas alturas la jornada ya empezaba a hacerse demasiado
larga, especialmente con el sol cayendo sobre nuestras cabezas sin cesar. Una
hora después de recorrer una senda polvorienta llegamos a Mungji. Allí
encontramos una panadería en la que compramos una napolitana de chocolate y un
bollo de canela que disfrutamos reclinados en una muralla de piedra y nos
supieron riquísimos. Solamente nos quedaba una hora hasta Manang, el último
esfuerzo del día. Y así llegamos a Manang (3540 m) tras 21 kilómetros de
recorrido y 800 metros de desnivel acumulado, acompañados por un rebaño de yaks
en los metros finales.
Lo mejor del día fue que al
llegar Fran y Nicola ya habían encontrado hotel para los cuatro, por lo que no
teníamos que realizar la cansina tarea de encontrar alojamiento y pudimos ir
directamente a darnos una merecida ducha. Y ya limpitos pasamos la tarde con un
rico té al limón y nos dimos un pequeño homenaje con una cena a base de
enchilada, momos, rollos de primavera y una lassagna a la nepalí excelente. Nos
lo habíamos ganado.