La última noche fue realmente
mala. Llevaba un par de días escapando al resfriado, pero finalmente me atrapó
y me desperté de madrugada empapado en sudor, con una tiritona de las buenas.
Afortunadamente me levanté bien y las vistas del Manaslu desde nuestra ventana
ayudaron a que me sintiera mejor. ¡Así da gusto levantarse! Aunque sea a horas
intempestivas.
Salimos desde Chame camino a
Pisang. En esta jornada sobrepasaríamos los 3000 metros de altura. Podíamos
elegir dos caminos, uno más sencillo que lleva hasta Lower Pisang (3250 m) con
una subida progresiva, y otro más duro que lleva hasta Upper Pisang (3310 m),
pero con subidas mucho más explosivas. Decidimos ir poco a poco y decidir en
cuál de los dos pueblos dormiríamos en función de cómo nos encontráramos.
Durante el transcurso del día el paisaje ha ido cambiando para dar paso a los
bosques de coníferas. Una grata sensación sentir a tu alrededor olor a pino, te
recuerda al olor de casa, al olor de pino del Mediterráneo y de los Pirineos.
A medida que avanzábamos nos
despedíamos del Manaslu a la vez que nos adentrábamos en un paraje realmente
espectacular, cruzando varios puentes colgantes por el camino, con una pared de
piedra enorme, completamente lisa, perfectamente pulida, que en otro tiempo fue
un fabuloso circo glaciar. Ya estábamos cerca de Pisang y decidimos pernoctar
en Upper Pisang (3310 m). Mientras, el Annapurna II hacia otra vez acto de
presencia por su cara noreste y volvía a dejarnos sin capacidad para articular
palabra. ¡Qué espectáculo!
Después de encontrar hotel (aquí
ya tuvimos que pagar por el alojamiento 150 rupias = 1,5 euros, gracias a que
el hotel donde encontramos alojamiento gratuito decidió no darnos la habitación
en el último momento y dársela a un guía local) fuimos a visitar el monasterio
del pueblo, un lugar donde podrías quedarte horas y horas sentado, meditando o
simplemente relajándote (y posiblemente acabar durmiéndote) sino fuera porque
la multitud de turistas se esfuerza con ganas en romper el silencio y la magia
del lugar. Aun así, estuve cerca de una hora contemplando el Annapurna II
mientras se ponía el sol, a solas, sin poder dejar de mirarlo ¡Qué maravilla!
Qué ganas de subir a su cumbre. Me tuve que conformar con mirarlo y seguir
quedándome estupefacto, sin palabras.
Después de una cena un tanto
mediocre, de que la pizza que pidió Diana se fuera al suelo y la sustituyeran
por otra a medio hacer, un poquito de terapia grupal para afrontar los días que
quedaban, una sesión de masaje y ya podíamos descansar.
0 comentarios:
Publicar un comentario