La esencia de Vietnam

En Vietnam todo es susceptible de ser copiado. En cualquier rincón encuentras una imitación, da igual de qué se trate, ellos ya lo habrán copiado...pero en esta ocasión fueron demasiado lejos.

Bahía de Halong

Vendedora ambulante en medio de la Bahía de Halong.

Angkor Wat

Visitando el edificio principal del recinto de Angkor, al que da nombre. Un edificio majestuoso, bello y lleno de historia.

Annapurna Circuit

Caminando por el Himalaya, rodeando el macizo del Annapurna, encontramos recónditos e increibles paisajes como el valle donde se encuentra el colorido pueblo de Tal.

Himalaya indio

Impresionantes vistas aéreas de los picos nevados de la cordillera del Himalaya en su parte más oriental, al norte de la India, en Ladakh.

19 de noviembre de 2012

Vang Vieng y el tubbing

Nuestra penúltima parada en Laos la hicimos en Vang Vieng, pequeña ciudad ribereña famosa por ser un destino turístico de fiesta, borrachera y especialmente por el tubbing. El tubbing consiste en alquilar un neumático gigante que se utiliza como flotador y tirarse montado sobre el mismo río abajo para que te vayan pescando desde los bares de la orilla y te vayas tajando poco a poco a medida que bajas por el río, una actividad llamativa y muy peligrosa en la que cada año alguien se deja la vida, pues no es infrecuente que se mezclen el alcohol y las drogas mientras se hace tubbing. Es difícil resistirse a la tentación del tubbing, pero nosotros lo conseguimos.
En Vang Vieng hay más cosas que hacer a parte del tubbing, y es un buen lugar para practicar btt o senderismo, que es lo que hicimos. Allí alquilamos unas bicicletas los 2 días que estuvimos, por 30000 kips el día completo (1,2 euros, algo caro para Laos), en el único lugar de la ciudad donde si tienes un pinchazo no te hacen pagar nada (es curioso, pero en Vang Vieng, para alquilar una bici tienes que dejar el pasaporte y si tienes un pinchazo te cobran por arreglarlo en la gran mayoría de sitios, y es más caro que alquilar la bicicleta). El primer día fuimos a la Blue lagoon, un trayecto de unos 12 km ida hasta un lugar que en principio prometía mucho y que una vez allí te dabas cuenta que era otro sacadineros más para los turistas, pues se trataba de un pequeño estanque artificial en una esplanada a la entrada de unas cuevas, con un árbol en el que han construido una pequeña pasarela para que los guiris podamos saltar desde sus ramas a unos 4-5 metros de altura. Nos dimos un baño en su agua gélida y cansados de tanta hormona teenager y tanto “hippie” de pacotilla cogimos nuevamente nuestras bicis camino a Vang Vieng a por unas Beer Lao. Al día siguiente, nuevamente con nuestras bicis, fuimos a ver unas cataratas, y nos lo pasamos en grande. La catarata principal es un salto de agua de unos 30-40 metros de altura, en un entorno espectacular y donde bañarte en una pequeña laguna con su cascada sin nadie a tu alrededor, uno de esos lugares que buscas cuando empiezas cualquier viaje. Disfrutamos muchísimo.
Por lo demás, Vang Vieng es un lugar diseñado para un turismo de veinteañeros, la fiesta y las drogas, lleno de restaurantes donde sentarse sobre cojines mientras te bombardean con videos y más videos de Friends o Family Guy, y donde te ofrecen cubalitros (o cachis) de whisky Lao con cola gratuitos para que entres a cenar y te vayas entonando poco a poco. Y a pesar de lo que habíamos oído sobre el lugar, una vez allí vimos que no era para tanto y estuvimos la mar de tranquilos y disfrutando de la naturaleza de Laos.

Luang Prabang. El reencuentro


Ya hemos dejado la jungla y hemos vuelto a Luang Prabang. Allí nos estaban esperando nuestros amigos malagueños, Carlos y Patricia, con los que coincidimos muy brevemente en Xian, y que mientras estábamos en Luang Nam Tha nos dijeron por whatsapp que estarían en Luang Prabang en las mismas fechas que nosotros, ¡qué alegría! Teníamos muchas ganas de volver a encontrarnos con ellos y mucha curiosidad por saber como les había ido su viaje de dos meses por China.
En el viaje de vuelta a Luang Prabang, otra vez en minivan, coincidimos con una pareja de Barcelona que estaba de vacaciones en Laos y con otra pareja mejicana que estaba terminando aquí su viaje de un año. Esta vez el viaje fue mucho más plácido que el de ida, sin tanto bote (nos habíamos asegurado de no ir sentados al fondo), aunque amenizado por la horrible música de una chica laosiana. El único contratiempo del viaje lo tuvimos en un tramo cuesta arriba totalmente embarrado, en el que por un momento nos vimos fuera de la furgoneta, llenos de barro hasta las orejas y tirando de una cuerda para poder sacarla de allí. Afortunadamente eso no ocurrió. La solución la puso el conductor. Que no puedo pasar, no hay problema. Doy marcha atrás, cojo carrerilla y piso el acelerador a fondo a ver si consigo pasar. Así hasta 3 veces cogiendo cada vez más carrerilla, mientras a nosotros se nos ponían de corbata con cada nueva embestida, hasta que al final el conductor consiguió salir del atolladero sin problemas y con nuestras caras de susto. En definitiva, el viaje transcurrió sin incidencias y disfrutando de unos paisajes absolutamente espectaculares, como todos los que puedes ver en Laos. ¡Qué país tan fascinante!
Al llegar a Luang Prabang, negociamos un tuk-tuk barato que nos dejara en el centro a los seis. Nada más bajar, apareció otro conductor de tuk-tuk ofreciéndonos una habitación por 50000 kip (5 euros). Normalmente hubiésemos pasado de él y hubiésemos ido a buscar alojamiento por nuestra cuenta, pero casualmente, el sitio que nos ofrecía era el mismo en el que estaban alojados nuestros amigos malagueños, el Soutikon Guesthouse, así que decidimos acompañarle. Había tres habitaciones disponibles, una para cada una de las parejas, y como nos gustaron decidimos quedarnos.
Después de darnos una ducha fuimos al encuentro de nuestros amigos, que nos recibieron con unas Beer Lao en la mano y con los que celebramos el reencuentro los días siguientes, nos pusimos al día, nos echamos unas cuantas risas y ¡hasta bebimos vino! Un vino francés riquísimo, vaya tarde nos marcamos el día que se marcharon, aún no sabemos cómo sobrevivieron a una noche de autobús después de aquella tarde. Sin duda fueron unos días increíbles, con unos desayunos fantásticos, visitas a templos budistas, noches inolvidables tomándonos unas birras hasta las tantas y charlando sin parar, e incluso comiendo unos dumplings de madrugada, ¡qué gozada! Ya estamos esperando volvernos a encontrar…
El resto de nuestra estancia en Luang Prabang se activó el mode birthday, pues celebramos el cumpleaños de Diana y nos dimos algún homenaje a base de una suculenta cena probando un montón de platos típicos laosianos, increíbles, y regados como no con vino tinto, así como regalarnos unos masajitos y dedicarnos a estar de vacaciones y olvidarnos unos días de hacer y deshacer mochilas, pensar a dónde íbamos y viajar en interminables trayectos de autobús. Y Luang Prabang es uno de los mejores lugares para hacerlo.

Un día en la jungla

Hoy ha sido un día increíble. Después un desayuno a base de galletas (como viene siendo habitual) hemos ido hasta el local de Deng, el que iba a ser nuestro guía en nuestra caminata por en medio de la jungla. Lamentablemente, Deng nos comunica que no íbamos a poder ver ningún tigre, pues para ello, tendríamos que hacer una ruta de 3-4 días, lo que nos salía sumamente caro, ¡qué pena!
Lo primero que hacemos es ir con nuestro guía al mercado local, donde nos da una pequeña clase de como comprar barato (cosa fácil para él, pues es local, porque nosotros volvimos al día siguiente y nos pedían 4-5 veces el precio real) y de calidad. Compramos carne de cerdo, plátanos, verdura, sticky rice (un arroz pegajoso que está riquísimo) y unos dulces de arroz con plátano envueltos en hoja de palmera que están deliciosos y que nos sirvieron como aperitivo durante el camino.
Tras la compra subimos a la furgoneta y fuimos a visitar un pueblo de la minoría étnica Lahu, a la que pertenecía nuestro guía. Fuera de ser una turistada más (como pensamos al principio) la visita al pueblo fue una experiencia muy agradable y enriquecedora, pues Deng nos explicó muchísimas cosas acerca de la manera de vivir y creencias de la gente laosiana. A modo de ejemplo, nos explicó que las casas se construyen sobre pilares para poder dejar un espacio debajo de la casa a modo de almacenaje y que acceden a la vivienda a través de una escalera que siempre debe tener un número par de escalones, pues de esa manera los malos espíritus no pueden entrar en sus casas. Por el contrario, cuando alguien de la familia muere, deben cambiar la escalera de acceso por una con un número impar de escalones, porque así permiten al espíritu del difunto que entre en la vivienda y pueda proteger a la familia. Y así, unas cuantas cosas más acerca de la vida cotidiana de los laosianos. También nos explicó el significado de la bandera laosiana, con 2 franjas rojas, una azul y un círculo blanco en el centro. Las 2 franjas azules simbolizan la unión del cielo (azul) y la tierra (verde, pues Laos está completamente poblado por bosques tropicales). El color rojo simboliza la sangre vertida por los miles de laosianos muertos en diferentes conflictos bélicos en los que ellos no querían participar y que los países vecinos, especialmente China (una vez más, el país asiático que se cree con derecho de invadir a sus vecinos cuando se le antoja), Tailandia y EEUU (para no variar, éstos últimos especialmente sangrientos e inhumanos). Y el color blanco de su bandera simboliza el carácter pacífico de los laosianos, que intentan vivir en paz con sus vecinos a pesar del empeño que históricamente han mostrado ellos en evitarlo.
Después de visitar el pueblo, recogimos a un nuevo guía que se conocía bien la zona y empezamos nuestra aventura por la jungla, caminando por un estrecho, embarrado y resbaladizo sendero por el que nuestros guías en chanclas se movían como Pedro por su casa mientras nosotros íbamos con nuestras superbotas de trekking dando palos de ciego para intentar mantener el equilibrio ¡qué triste! A cada paso que dábamos, Deng nos iba explicando cosas sobre la selva, enseñándonos los tipos de plantas que encontrábamos a nuestro paso, dándonos a probar un montón de plantas y frutas de las que jamás habíamos oído hablar, probamos nuestro primer plátano silvestre, y también iba recogiendo hojas de palmera y otras plantas que nos servirían de platos más tarde.
A mitad de camino hicimos un alto para preparar la comida en un pequeño claro donde los lugareños habían construido un pequeño refugio. Deng y su amigo sacaron sus machetes y empezaron a cortar trozos de bambú, con el que hicieron de todo. Un trozo sirvió de olla para cocinar la carne junto con las plantas recogidas durante el camino. Otro trozo lo utilizaron para fabricar una especie de “plato” en el que servir la comida. Otro sirvió para fabricar unas cucharas de bambú, etc. Es increíble lo atrofiados que estamos los cosmopolitas del primer mundo y lo poco que necesita esta gente para sobrevivir, tan solo un machete y la jungla les provee de cuanto necesitan, son unos cracks, saben hacer de todo. Si nos dejaran a nosotros en medio de aquellos bosques no duraríamos ni un santiamén. Realmente nos dieron una lección en toda regla, y a nosotros nos pareció la repera lo que estaban haciendo, cuando sin ir más lejos, muchos de nuestros padres también eran capaces de hacer lo mismo. Nuestra sociedad tiene algunas cosas buenas, pero ha atrofiado completamente nuestro instinto de supervivencia.
Después de una comida estupenda, nuevamente a caminar hasta llegar a unos bancales de arroz, en donde aprendimos que el arroz, al igual que el trigo, se espiga (hasta donde llegaba nuestra ignorancia…) y donde casi nos perdemos, a pesar de llevar guía, pero llegamos sanos y salvos. Después de la caminata aún fuimos a visitar una aldea de la minoría étnica Hmong, una etnia con la que nos volvíamos a cruzar después de nuestra visita a Sapa y que está repartida por toda Indochina, en donde al entrar en el pueblo un grupo de niños salieron a recibirnos con sus estruendosas risas, que se multiplicaron por diez cuando Diana empezó a hacerles fotos (los niños laosianos son los más simpáticos, igual que los adultos, que nos hemos cruzado hasta la fecha durante nuestro viaje). Aquí Deng nos explicó que las aldeas laosianas tienen 3 jefes (mayoritariamente hombres, aunque existen algunas en que las mujeres pueden ser jefes), que son escogidos por votación a mano alzada entre los habitantes del pueblo y que son elegidos por un período de 3 años, después del cual nunca más pueden volver a ser jefes. Además de eso, está la figura del hombre más anciano de la comarca, al que se le puede pedir consejo y cuya voz y voto tiene más importancia del que nosotros pudiéramos pensar.
Como decía al principio, el día fue una experiencia increíble y aprendimos muchísimo acerca de las costumbres de los laosianos. Uno de los mejores días del viaje, sin duda.
Al día siguiente, aún con resaca por la experiencia del día anterior, decidimos tomárnoslo con más calma y alquilamos unas bicicletas para ir a visitar unas cataratas a 6 km de distancia de la ciudad. El paseo hasta las mismas es muy sencillo y en apenas una hora llegas a la entrada de las cataratas a un ritmo tranquilo. La entrada cuesta 10000 kip + 5000 kip por aparcar la bicicleta (total 2 personas + 2 bicicletas = 30000 kip (1,2 euros)). Desde la entrada a las cataratas hay un pequeño paseo de 15 minutos. En la ciudad te venden la cascada como algo impresionante, pero una vez que llegas allí, no es más que una pequeña cascada de apenas 5-6 metros de altura, aunque por el precio, merece la pena ir hasta allí y quedarse un rato con los pies en remojo y pasar la mañana lejos del calor de la ciudad.
Luang Nam Tha tiene muchísimas opciones de senderismo, pero muy caras si viajas con un presupuesto limitado. Pero si tu destino de vacaciones solamente es Laos, merece la pena realizar un trekking de varios días, pues los precios son asequibles si los comparas con los de nuestro país.

Los dragones

Después de 10 horas de viaje llegamos a Vientiane, concretamente a la estación de autobuses del sur, a unos 6 km del centro de la ciudad, y teníamos que ir a la estación de autobuses del norte, que está en la otra punta de la ciudad, a 11 km del centro. Laos no podía ser perfecto. Y es que en este país, las estaciones de autobuses están a tomar por culo, cuanto más lejos mejor, quizá para dar trabajo a los conductores de tuk-tuk, pero no hay ninguna que esté a una distancia razonable caminando del centro de las ciudades. Un gran fallo…o no.
Llegamos a la estación del norte, llamada así porque desde ella salen los autobuses en dirección al norte del país (esto se repite en todas las ciudades). Allí pasamos 12 largas horas hasta que saliera nuestro autobús a Luang Prabang, a donde llegamos tras otras largas 14 horas en la carretera. Una vez en el centro de Luang Prabang tratamos de encontrar un alojamiento económico, cosa que resultó más difícil de lo previsto, pues esta ciudad es un importante destino de turismo occidental y los precios son totalmente desproporcionados. Aun así, encontramos una habitación por 10 dólares en un lugar espectacular, en una pequeña casa para 2 con jardín ¡un lujo! Y además venía con sorpresa. Mientras inspeccionábamos la habitación en busca de vida interior vi detrás de la cabecera de la cama dos figuras de piedra, o eso creía yo, de algo parecido a unas salamanquesas gigantes (Laos está lleno de ellas), hasta que una de las figuritas decidió moverse ¡joder, qué susto! Al ver corretear a esas bestias de 30 cm de longitud salimos de la habitación a pedir auxilio al dueño del hotel, que no os creáis que fue tan pancho. El tipo cogió unas tenazas, y medio acongojado sacó a los dragoncillos uno a uno, y como peleaban los condenados. De todas maneras, el tipo no perdió la sonrisa en ningún momento, cosa habitual en este país.
Superado el pequeño incidente, y esperando no tener más vida en la habitación, fuimos a comprar nuestro billete a Luang Nam Tha para el día siguiente y también a dar una vuelta por la ciudad alrededor de los ríos Nam Tha y Mekong. Además, ese fin de semana se celebraba en Luang Prabang la Boat Racing, una gran fiesta culminada por unas carreras de traineras que traían loca a la ciudad, en donde 50 tíos encima de una canoa enorme remaban a destajo gritando al unísono a cada remada, todo un espectáculo. Lamentablemente solo pudimos ver los entrenamientos, pues las carreras eran el día que marchábamos.
Al día siguiente bien temprano nos vienen a recoger para llevarnos hasta la minivan que nos conducirá hasta Luang Nam Tha, donde los lugareños amablemente nos dejaron los dos últimos asientos justo encima de las ruedas traseras, ¡qué suerte! Fueron casi 9 horas de botes continuos, donde con cada bache saltábamos de los asientos y gracias al cinturón de seguridad no nos empotramos contra el techo de la furgoneta, aunque Diana tuvo un par de coscorrones y nuestras lumbares acabaron echas trizas. A pesar de eso, recordemos que esto es Laos, el viaje fue espectacular, ¡menudos paisajes tiene este país! La verdad es que el viaje fue de lo más curioso, pues por ejemplo, cuando alguien tiene ganas de mear avisa al conductor y ¡venga! Todos abajo a vaciar en la cuneta. Que ahora veo un puesto de fruta que me gusta, aviso al conductor y bajo a comprar naranjas a kilos. Si de repente el conductor para, nadie baja de la furgoneta y no tienes ni idea de que está pasando, resulta que ha habido un desprendimiento de tierra que corta la carretera y no puedes pasar. Pero no pasa nada siempre y cuando tengas un par de excavadoras trabajando a todo trapo para despejar el camino en apenas 20 minutos. ¡Impresionante!
Una vez en Luang Nam Tha, como no, la estación está a 10 km del pueblo y el único tuk-tuk que hay quiere sacar tajada del asunto y cobrarnos el doble por llevarnos, además de reírse en nuestra puta cara mientras nos dice que es nuestra única posibilidad. ¿Seguro? Pues lo llevas claro colega, acabas de perder unos dólares (fue nuestra respuesta). Salimos de la estación de autobuses y paramos a una ranchera en la gasolinera que estaba al lado y conseguimos que nos llevara hasta el pueblo por la cara, parando por el camino para comprar unas sillas para la casa. Lástima que no pudimos despedirnos del usurero del tuk-tuk. Y para celebrarlo, ¡pues unas Beer Lao!
Nos alojamos en Zuela Guesthouse, una casita de madera muy acogedora, muy limpia (como todos los alojamientos en Laos), con wifi en la habitación y mosquitera, en medio de un jardincillo y con una terraza para los huéspedes. Todo por el módico precio de 7 euros la noche. Además, cenamos en un restaurante japonés donde con la comida te servían agua gratis y donde nos pusimos las botas con un yakisoba más que aceptable y un katsudon exquisito. Y atendidos de la mejor de las maneras posibles. ¡Cómo nos está gustando Laos!
 

¡Saa bai dee!


Salimos en autobús desde Phnom Penh a las 7:00 am. A las 6:30 debía venir a recogernos el servicio pick up de la compañía de autobús, y vino. Por desgracia, el chófer de la furgoneta se negó a llevarnos porque no figurábamos en su lista, a pesar de que el trayecto que iba a hacer era el mismo. ¡Increíble! Finalmente el personal del hotel, ya que el error había sido de ellos a la hora de hacer la reserva, nos pagó un tuk-tuk hasta la estación de autobuses.
A las 7 en punto salía el VIP bus dirección a Laos. Lo de VIP bus se debía a los ribetes de las cortinas y a que tenía unos sillones de cuero enormes, a la par que poco cómodos, ya que ni siquiera tenía aire acondicionado, ¡menudo VIP bus! En fin, salimos con puntualidad exquisita con mi amigo Nakamura, un japonés que también viajaba por Asia y que me tiró la caña minutos antes de subir al autobús. Aún me lo encontraría un par de veces más con sendos tiros de caña hábilmente evitados. ¡Qué sex appeal el mío!
El viaje hasta la frontera se hizo largo, muy largo. Antes de llegar al puesto fronterizo el azafato del autobús nos solicitó los pasaportes y el dinero para tramitar el visado on arrival (nos pidió 6 dólares más del precio real). Nosotros le dijimos amablemente que lo obtendríamos por nuestra cuenta. Y al llegar a la frontera empezó el show, una vez más. El “oficial” del puesto nos pedía 2 dólares por cabeza para ponernos el diminuto sello de salida de Camboya, a lo que obviamente nos negamos, pues sabíamos con certeza que no debíamos pagar ese “peaje”, y el muy cabrón nos invitó a cruzar la frontera sin ponernos el maldito sello, sabiendo que en el lado laosiano no nos iban a conceder el visado sin el sello de salida camboyano. Lógico. Así pues, volvimos al lado camboyano, donde, para nuestra sorpresa, el “oficial” había decidido recoger sus bártulos y abandonar el puesto. Allí, sus secuaces nos dijeron que al menos íbamos a esperar 1 hora, por sus cojones, a no ser, claro, que pagáramos.
Lo cierto es que el resto de turistas estaban dispuestos a pagar los 2 dólares de “peaje”, pero gracias a Diana, que les alentó a no dejarse engañar y no pasar por el aro, montamos nuestra pequeña rebelión en medio de la nada, entre risas y cagándonos en los ancestros del “policía” y sus amigos. Pasados unos minutos, el “individuo” en cuestión nos rebajó su tasa a 1 dólar, a lo que nos volvimos a negar, por supuesto. Entonces apareció el azafato del autobús, quien estaba cabreado por no haber conseguido sus dólares extras del día (unos 30-40 dólares aproximadamente) y nos amenazó con no esperar más y dejarnos en tierra si no pagábamos el “arancel”. Aquí están todos compinchados, panda de….. Diana y yo seguíamos en nuestras trece. Ella fotografió la matrícula del autobús por si acaso y les amenazó con llamar a la policía. Lamentablemente, el resto de guiris fue pasando por caja uno tras otro obligándonos a nosotros también a pagar el puto dólar que fue directo al bolsillo del mamón del “policía”.
Una vez en lado laosiano la misma historia, pero allí ya pagamos directamente el “peaje” sin montar follón y por fin obtuvimos nuestra puerta de entrada a Laos.
Después de este pequeño episodio, y tras unas cuantas horas más de carretera, ¡Saa bai dee!, llegamos a Pakse. Mi amigo Nakamura aprovechó para pedirme mi mail y mi Facebook y después cogimos un tuk-tuk que nos llevara al hotel a por una merecida ducha.
Ya limpitos y habiendo cambiado nuestros dólares en un supermercado a las 8 de la noche, ya pudimos comprobar que la gente de Laos es la más amable que nos habíamos encontrado hasta la fecha y con mucha diferencia. Bastaron tan solo unos pocos minutos para darnos cuenta de que Laos es totalmente distinto al resto del sureste asiático, pausado, calmado y lejos del habitual bullicio, con sus gentes afables y transmitiendo una gran calma. ¡Una delicia!
El día lo terminamos con una rica cena (y mucho más barata que en Camboya) y unas fresquísimas Beer Lao con las que celebramos que nos habíamos ahorrado unos cuantos dólares en la frontera. Hoy nos las habíamos ganado con creces.
A la mañana siguiente, ya en pleno día, comprobamos que nuestras sensaciones del día anterior no habían sido un espejismo y que en Laos nos íbamos a sentir como en casa. Se respiraba una tranquilidad abrumadora. Pakse es una ciudad sin apenas tráfico, lejos del frenesí automovilístico de los países que habíamos visitado antes y donde se respira una paz casi absoluta. Dimos un paseo por la ribera del Mekong, visitando un templo budista donde los monjes ataviados con sus trajes color naranja te saludan con una gran sonrisa haciéndote sentir bienvenido, y recorrimos las tranquilas calles de la ciudad mientras dejábamos pasar el tiempo antes de coger el autobús que nos llevaría hasta la capital, Vientiane.
Ese autobús sí que era realmente un VIP bus. Las literas eran completamente horizontales y hechas para 2 personas (lo que es una suerte si viajas en pareja o puede ser horrible si viajas solo), con una manta precintada en una bolsa de plástico, un snack de bienvenida, una botella de agua y una toallita para limpiarte. Y también con baño y aire acondicionado. No dábamos crédito, estábamos flipando con el autobús. Esa fue la primera vez que dormimos a pierna suelta en un sleeper bus en lo que llevábamos de viaje, y también sería la última.

Los Jemeres Rojos


                Con todo el aspecto de una ciudad occidental y con los precios por las nubes, la calidad escasa, los lugareños ofreciendo droga en cada esquina y el turismo sexual a la orden del día, la capital de Camboya solamente invita a abandonarla cuanto antes. De todas maneras hay algo interesante que hacer y es visitar el Museo de Tuol Sleng, un antiguo instituto (Tuol Sray Prey) que en 1975 fue transformado por las fuerzas de seguridad de los Jemeros Rojos, liderados por el terrible Pol Pot, en cámaras de tortura, cambiándole el nombre por el de Prisión de Seguridad 21 (S-21). Aquí llegaron a asesinar a más de 100 personas diarias en su época de mayor actividad. Los altos cargos de los Jemeres Rojos se encargaban de sacar fotografías de cada prisionero a su llegada a la prisión y después de ser torturados. Parte de estas fotografías están expuestas en el museo y dan buena cuenta de las barbaridades que cometió el régimen de Pol Pot, que en apenas 4 años fue capaz de realizar una de las reestructuraciones sociales más salvajes que se recuerdan en la historia contemporánea, dinamitando la sociedad camboyana y desplazando a los habitantes de las ciudades hacia el campo, incluidos ancianos, enfermos y los más débiles, y obligándolos a trabajar como esclavos durante 12 o más horas diarias, convirtiendo el país en un campo de concentración gigante a modo de “cooperativa agraria”, como lo llamaban, y eliminando cualquier vestigio de pensamiento intelectual. Como ejemplo, bastaba llevar gafas para ser asesinado.

                Se calcula que los Jemeres Rojos asesinaron a unos 2 millones de personas. El país fue “liberado” en 1979 por las tropas vietnamitas, pero la guerra civil continuó en la década de los 80 y oficiales de los Jemeres Rojos continuaron en  el poder hasta 1991 y aún siguieron en el poder más tarde, cuando el Partido Popular Camboyano del ministro Hun Sen (exiliado en 1977 y oficial de los Jemeres Rojos) ganó las elecciones. Pol Pot murió tranquilamente en 1978 habiendo escapado de la justicia.

                Actualmente todavía se están celebrando los juicios de los Jemeres Rojos, que avanzan con desesperante lentitud debido a la corrupción que impera en el país.

                Desgraciadamente, 4 años en la historia de un país pueden hacer muchísimo daño, como le ha sucedido a Camboya, donde se palpa a cada instante el impacto que el régimen de Pol Pot y sus atrocidades ha tenido en la población, y te quedas totalmente impresionado ante la capacidad que esas personas tienen para seguir adelante y sobre todo, para seguir manteniendo la sonrisa a pesar de todo lo que han sufrido. ¡Cuánto tenemos que aprender!

Angkor Wat

                Llegar a Siem Reap fue llegar a nuestro primer lugar de vacaciones desde que iniciáramos el viaje. Digo vacaciones, no me malinterpretéis, porque dejamos por unos días de buscar alojamiento y deshacer el petate cada día y nos dedicamos solamente a disfrutar. Allí nos alojamos en el Motherhome Inn, un hotel de auténtico lujo, que conocimos gracias al blog www.melargodeviaje.com, y aunque algo caro para Camboya (20$/noche), bien mereció la pena. Para empezar, hicimos la reserva vía email sin ningún problema y sin necesidad de dar el número de nuestra tarjeta de crédito, respondiendo nuestros numerosos emails casi al instante. Además nos reservaron el autobús de Phnom Penh a Siem Reap (ida y vuelta) y los respectivos pick-up sin cobrarnos un duro extra. Al llegar al hotel nos recibieron con un cóctel de bienvenida y unas toallas húmedas para limpiarnos las manos. Las habitaciones, después de dos meses de viaje, eran impresionantes. El desayuno buffet era el mejor que habíamos probado (y que probaríamos) en todo el viaje, completísimo. Bollería, fruta, huevos, arroz, fideos, etc. Disponían de alquiler gratuito de bicicletas. Y por si fuera poco, tenía una piscina de puta madre para refrescarte después de pasar todo el día en Angkor Wat. ¡Espectacular! Nosotros habíamos reservado en su otro establecimiento, el Motherhome Guesthouse, menos lujoso, pero lo estaban reformando y nos guardaron la reserva en el Inn manteniéndonos el mismo precio. Funcionan de maravilla. Además, tenían wifi, internet en el lobby y pudiendo imprimir lo que quisieras GRATIS. ¡Una maravilla! Tuvimos que quedarnos una noche más porque el primer día nos cayó el diluvio universal y no pudimos salir del hotel ¡qué pena! En China pagamos más por hostels bastante cutres, y en el resto del viaje nos volvería a suceder, así que mereció mucho la pena.
                Para visitar las ruinas de Angkor Watt existen varias opciones, disponiendo de 3 modalidades de entrada:
                1 día  20 $
                3 días 40 $ (válida durante 1 semana; no es necesario que sean días consecutivos)
                7 días 80 $ (válida durante 1 mes)
                Con el billete tienes derecho a visitar la zona de Angkor (4 km al norte de Siem Reap), la zona de Roluos (13 km al este de Siem Reap) y la zona de Banteay Srei (al norte del complejo de Angkor, a unos 40 km de Siem Reap).
                Nosotros optamos por la de 3 días, pues ver las ruinas en 1 día es totalmente imposible y puede resultar estresante, y 7 días se nos salía del presupuesto. Con 3 días tienes tiempo más que de sobra para visitar el complejo de Angkor Wat y los alrededores, y eso hicimos.
                Es muy importante tener en cuenta que las taquillas para comprar la entrada solamente están en la carretera principal de acceso a Angkor, en la calle Charles De Gaulle, la calle que sale girando a la izquierda en la rotonda que hay justo antes del puente que cruza el río, donde se encuentran los jardines reales. Si vas por otras carreteras tendrás que volver atrás unos cuantos kilómetros hasta encontrar las taquillas, ¡así que andad con ojo!
                En cuanto a la manera de visitarlo, básicamente existen 2 opciones. Alquilar una bicicleta (1-2$ al día las sencillas, tipo Verano Azul, con su cestita; 5-10$ las mountain-bike) o moto (10$ al día + gasolina), o pagar a un conductor de tuk-tuk (15-30$ al día, según lo bien o mal que negocies, hay gente que llega a pagar hasta 45-50$ al día) que te lleva donde tú quieres y te espera a la salida de cada templo. Nosotros, obviamente, optamos por las bicicletas, que además nos salían gratis, las puedes dejar en cualquier lugar a la entrada de los templos sin ningún problema y te dan toda la libertad del mundo, eso sí, siempre que no pinches una rueda, como me sucedió a mí a medio camino del circuito corto, cuando todavía nos quedaba visitar el templo de Angkor, y después de recorrer varios kilómetros con la rueda pinchada, tener el culo atartallado por los botes, acabamos cogiendo un tuk-tuk, que por 4 dólares negociados nos llevó con las bicicletas hasta Angkor, nos esperó y nos llevó después hasta el hotel. Pero pudo ser mucho peor y pudimos disfrutar de ese maravilloso templo.
                Nuestro recorrido fue el siguiente, siempre intentando visitar los templos en sus horas de menor afluencia, gracias al blog de viajesconmochila (www.viajesconmochila.blogstpot.com), un blog genial con un montón de información y consejos, y lo conseguimos.
Día 1 recinto de Angkor Thom: Phnom Bakheng (colina) y Angkor Thom (Bayon, Baphon y alrededores).
Día 2 Circuito largo: Preah Khan, Neak Pean, Ta Som, East Mebon, Pre Rup y añadiendo Banteay Kdei
Día 3 Circuito corto, dejando Angkor Wat para el final: Ta Prom., Thommanom, Chau Say Thevoda y Angkor Wat
Si queréis evitar a las multitudes y visitar los templos con tranquilidad y en silencio, os dejamos algunas recomendaciones acerca de qué lugares evitar según el horario:
-          Angkor Wat: al amanecer y al atardecer. A estas horas está infestado de gente, y por la mañana el sol sale por detrás del templo, dejándolo a contraluz. Las mejores horas son de 2 a 4 de la tarde, donde si tenéis suerte y hay agua (cuando fuimos nosotros los lagos estaban secos) podréis ver el templo reflejado.
-          Puerta sur de Angkor Thom: entre 8 y 10 de la mañana. El resto del día suele estar poco frecuentada.
-          Bayon y Baphuon: entre 8 y 10 de la mañana. Las mejores horas están en torno al mediodía, donde no hay casi nadie.
-          Phnom Bakheng: al atardecer, donde se forman colas de hasta 2 horas para subir a ver la puesta de sol. Por la mañana está absolutamente vacío y tienes una magnífica visión de 360 grados. Cuando fuimos nosotros estaban de reformas, con una grúa gigante a pie del templo un poco molesta.
-          Pre Rup: al atardecer, donde llegan muchos tours. El resto del día se puede visitar a cualquier hora.
                De todos los templos, los que más nos impresionaron fueron el Bayon (donde te sientes vigilado a cada paso por las numerosas caras talladas en la piedra), el Baphuon, que está a continuación (que debió ser espléndido en su apogeo, con su majestuoso pasillo central que lleva al pie del templo) y el Ta Prohn (realmente espectacular por lo exuberante de la naturaleza que intenta engullirlo, haciéndote sentir como un verdadero explorador descubriendo algo que nadie antes ha visto). El Angkor Wat, icono del país y el más conocido, es un templo espectacular, inmenso, pero quizá por haberlo visto antes en numerosas fotografías y ser ya conocido, no nos pareció tan interesante.
                Los días en el complejo de Angkor se hacen largos pedaleando bajo el sol asfixiante, aunque se amenizan con compañía como la de Thobias, un chico alemán con el que ya coincidimos en Dalat (Vietnam) subiendo al monte Lang Biang, y con un picnic a la sombra de cualquiera de los templos. Y para rematar el día, un refrescante chapuzón en la piscina del hotel. Fueron unos días fantásticos y mereció la pena el precio de la entrada, pues los templos son realmente espectaculares y Angkor bien merece la visita para todo aquel que tenga oportunidad. Por otro lado, Siem Reap tiene muy poco (o nada) que ofrecer. Es una ciudad hecha por y para el turismo, con unos precios desorbitados, donde hay que hacer malabarismos para comer barato (aunque siempre están los puestos de la calle y los fideos instantáneos de supermercado) y con un turismo muy masificado y enfocado a la fiesta y la borrachera. Hasta existe una calle llamada Pub Street.

Camboya

                En este país apenas pasamos una semana, ya que teníamos el tiempo justo si queríamos visitar Laos antes de ir a Nepal, y lo que más nos interesaba era visitar las ruinas del complejo de Angkor Wat.
                Después de casi un mes en Vietnam la entrada en Camboya nos mostró una realidad bastante distinta, con un país mucho más humilde y una economía más rural y de subsistencia, al que el régimen de los Jemeres Rojos y la actual corrupción han sumido en la pobreza, generando una tendencia creciente a la mendicidad, que se ve fomentada por el aumento del turismo en los últimos años.
                Rápidamente te das cuenta de dos tristes realidades en este país. Primero, de la elevada tasa de desescolarización del país y la consiguiente explotación infantil, pues es más frecuente ver niños mendigando las calles, principalmente en los destinos turísticos por excelencia, que en las escuelas. En eso buena parte de culpa es del turismo, claro. Y segundo, y más triste todavía, el elevado porcentaje de turismo sexual, el cual está muy patente en la capital y Siem Reap, siendo algo escandaloso. ¡Qué asco!

5 de noviembre de 2012

En la aldea del Mekong


Ya quedaba poquito que rascar en Vietnam, salvo cruzar la frontera con Camboya en barco a través del río Mekong. Y para deleite de mi buen amigo Ivan, visitando una de sus muy ansiadas aldeas del Mekong.

Abandonamos Ho Chi Minh City en autobús en dirección a Chau Doc, pueblo que sirve de base para cruzar la frontera con Camboya por río. El pueblo no tiene ningún interés, así que poca cosa podemos contar. Después de dar unas cuantas vueltas conseguimos unos billetes de barco-autobús por 10 dólares + los 23 que nos piden por el visado camboyano (los 20 del visado real, 1 para el oficial vietnamita, 1 para el oficial camboyano y 1 de comisión). No hay que pagar más de 20 dólares por el visado. En todas las agencias, hoteles, etc te engañan cuando te dicen que el puesto está muy lejos y hay que ir en moto, ¡MENTIRA! El barco te deja en una plataforma donde está la policía de aduanas. Desde allí hay que ir caminando hasta el puesto fronterizo vietnamita, al que se llega en 10-15 minutos, en donde te ponen el sello de salida (te pedirán 1 dólar de “tasa”, pero si le explicas con calma al oficial que sabes que no debes pagarlo, te sellará el pasaporte sin problemas). Lo mismo pasa en el lado camboyano, pero con calma y paciencia, pagas tus 20 dólares y esperas a que el autobús que habías contratado te lleve hasta el siguiente puesto, en donde te pondrán el sello de entrada a Camboya.

El paseo en barco hasta la frontera con Camboya empezó con una visita a una aldea del Mekong (para intentar vender telas y prendas de ropa) y una piscifactoría flotante, una auténtica turistada que venía incluida en el precio y que te tenías que tragar sí o sí. Tonterías a parte, el viaje en barca por el Mekong fue espectacular y una manera original de cruzar la frontera. Nos hizo un tiempo fantástico y pudimos disfrutar de un paisaje que hasta la fecha no conocíamos, pues jamás había visto un río de semejante calibre.

Una vez cruzada la frontera, nos quedaban 2-3 horas de viaje en una furgoneta hasta la Phnom Penh, la capital de Camboya. Tuvimos la suerte de compartir el viaje con 2 tipos ingleses que habían estado anteriormente en Laos y que parecían muy buena gente, lástima que hablaban terriblemente rápido y no les entendíamos casi nada, acabamos con la cabeza como un bombo del esfuerzo. También tuvimos la “grandísima suerte” de coincidir con un niñato de papá rumano que tenía más tics que Quim Monzó, para el que cada momento de su vida era “amazing” y que hablaba como si le estuvieran metiendo un palo en el culo cada vez que abría la boca. ¡Qué tío más pesado! Lo mejor fue cuando nos preguntó con su estúpida sonrisa sardónica si en España trabajábamos algo o nos pasábamos el día echando la siesta. El inglés simpático se quedó flipando con el niñato de las narices, pero imaginaros nuestra cara. ¿Acaso sabía tremendo payaso la idea que se tiene en nuestro país de los rumanos? Aunque las ganas me corroían, mantuvimos la compostura, fuimos elegantes y no le dijimos nada, no había que ponerse a su altura. Eso sí, después de eso pasamos de su cara y esperamos a llegar a Phnom Penh. Afortunadamente no tardamos mucho.

La furgoneta nos dejó a tomar por culo, y al bajar de ella el resto de guiris huyó en desbandada a negociar el precio del tuk-tuk en grupos de 4 y dejándonos en la estacada a merced de los conductores, aunque nos defendimos bien y conseguimos un buen precio, rebajando los 15 dólares iniciales a tan solo 3. Nuevamente entrábamos en otro país en donde te va la vida en el regateo. ¡Así es Asia!

4 de noviembre de 2012

Ho Chi Minh City


Después de nuestro encuentro con la fauna salvaje vietnamita nos dirigimos hacia el centro económico y comercial del país, la antigua Saigón, que hoy lleva el nombre del tío Ho Chi. Allí pasaríamos el Día Nacional de Vietnam (2 de Septiembre), día que conmemora la proclamación de independencia del país promulgada por su amada líder Ho Chi Minh.

Nos habían alertado de lo caótico de esta ciudad, del agobiante tráfico de sus calles, del cual nos dijeron que era muchísimo más sofocante que el de Hanoi, pero nuestra impresión (quizás porque íbamos sobre aviso) no fue esa ni mucho menos. Es cierto que Saigón es caótica, tiene muchísimo tráfico, etc, pero muy similar a Hanoi desde mi punto de vista, sin grandes diferencias. Pekín nos pareció muchísimo más agobiante, con una manera de conducir realmente agresiva y sin ningún lugar a dudas mucho más irrespirable (especialmente para un asmático) que Saigón con diferencia. Lo que sí es bastante más cara que el resto del país, y también se nota la diferencia.

Gracias a unos chicos irlandeses conseguimos una habitación por 4 dólares persona en una “pensión” con una chica muy graciosa que solo sabía decir “my friend is coming” y “no problem” y en la que a la mínima se iba la luz, pero era lo más económico del lugar y con una relación calidad-precio razonable. Vimos cuchitriles más caros que eran absolutamente inhabitables, dignos de la conocida película de zombies del señor Balagueró que debería ocupar los estantes de películas de serie Z de los videoclubs, o simplemente desaparecer.

Lo mejor de nuestra estancia en esta ciudad, y quizá lo único que merece la pena, fue la visita al Museo de la Guerra, que aunque ofrece una visión muy partidista (lógico en un país comunista) de los acontecimientos, pone sobre la mesa detalles, información y documentos gráficos del conflicto que no llegan a nuestro sesgado mundo occidental. La entrada cuesta 20000 dong (0,8 euros) y es válida para todo el día (el museo cierra a mediodía y vuelve a abrir a las 4 de la tarde si no recuerdo mal). Merece mucho la pena realizar la visita con calma. El edificio consta de 3 plantas y la visita se empieza en el tercer piso, en donde se ordenan cronológicamente los episodios del conflicto y aprendes que la guerra estalló por las  diferencias entre Vietnam del Norte y Vietnam del Sur, entrando en escena primero los franceses al ver peligrar su colonia, y más tarde los americanos, que como siempre, se metieron donde nadie les llama.

El otro punto estrella del museo se encuentra en el segundo piso, en donde se muestra una colección de fotografías (algunas impactantes) de las atrocidades que cometieron los americanos en la guerra de Vietnam y los efectos que produjeron los agentes químicos sobre la población civil. Es sobre todo llamativo el llamado Orange agent, considerado el arma biológica más nociva jamás creada. Aquí podremos ver fotografías de sobras conocidas por nosotros, como la llamada La niña del napalm, entre otras. El punto flaco de esta exposición, como es evidente, es la ausencia de imágenes que muestren las atrocidades que cometía el Viet Cong, pero como un país comunista va a reconocer y divulgar las barbaridades que cometieron. A pesar de ello, la visita al museo consideramos que es imprescindible si decides pasar por Saigón.

La otra parte positiva de Saigón es que nos reencontramos con Rubén, Sabina y Laura antes de que volvieran a España y que Sabina me quitó a jeringazos un tapón de cera que me había estado dando el coñazo durante una semana. Imaginadme intentando entender a la gente con mi supernivel de inglés y sordo como una tapia. Como Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí.

3 de noviembre de 2012

La cebra


¿Creéis que en Vietnam existen cebras? No ¿verdad? Pues estáis equivocados. En Da Lat, en medio de las montañas, puedes ver cebras. Increible.

Después de incontables horas de viaje en autobús, en el que afortunadamente pudimos dormir, nos plantamos en Da Lat después de cambiar de autobús en Nha Trang, en donde tan solo estuvimos 1 hora de paso, de lo que nos alegramos muchísimo, pues es como Lloret de Mar, Salou o Benidorm, por lo que sobran comentarios. En Vietnam pasa una cosa bien curiosa con los transportes, y es que los autobuses no siempre paran en la estación de autobuses del pueblo o ciudad, sino que en la mayoría de ocasiones paran enfrente de un hotel con el que tienen algún tipo de acuerdo, para intentar que los turistas piquemos, nos quedemos en dichos hoteles y recibir a cambio su comisión, práctica que resulta bastante molesta para el mochilero, que tiene que cargar con su equipaje durante sabe cuanto tiempo en busca del centro de la ciudad, el hotel reservado, etc.

Engaños y timos aparte, el viaje por el interior de Vietnam bien merece la pena, pues el paisaje cambia radicalmente, dando paso a paisajes realmente rurales, en donde las poblaciones dejan de tener construcciones de estilo francés o colonial para dar paso a sencillas y bonitas casas o chabolas de madera que confieren un aire más auténtico al entorno.

Los motivos que nos llevaron Da Lat fueron huir de las hordas de turistas que siguen las guías de viaje más famosas y hacer algo de ejercicio, con el objetivo del monte Lang Biang en la cabeza, un antiguo volcán que alcanza una altura de 2167m. Da Lat es una ciudad cara en comparación con el norte de Vietnam, pero buscando un poquito buscas cantidad de puestos de fideos baratos, restaurantes repletos de lugareños en las inmediaciones del mercado central y numerosos puestos de comida rápida en el mercado nocturno, además de algún restaurante que ofrece platos de arroz, noodles y rollitos de primavera por un módico precio. La dieta estándar que un mochilero en Vietnam.

Para ir al monte Lang Biang, hay que coger un autobús en la calle Panh Ding Phung que cuesta 12000 dong/trayecto (0,5 euros) hasta la última parada, en la entrada del parque nacional. Una vez allí pagas la entrada al parque (10000 dong = 0,4 euros) y en unas 2 horas de camino llegas hasta la cima. Existen 2 caminos desde el panel informativo de la entrada del parque. El más recomendable es el de la izquierda, que sube siguiendo la carretera hasta un segundo panel informativo que indica el camino a seguir ya por el interior del bosque. Y un camino que sale a la derecha de la carretera y que va a dar a la misma justo antes del segundo panel informativo. Este segundo camino es mucho más empinado, y no es recomendable porque está muy mal señalizado y es muy fácil perderse en el bosque. Nosotros coincidimos con 2 chicos alemanes que pudieron evitar la carretera gracias a que llevaban grabado el track en su GPS.

La caminata fue muy gratificante, aunque en su parte final la pendiente es muy pronunciada y se salva subiendo unos interminables escalones llenos de barro y muy, muy resbaladizos, pero las vistas desde la cima bien merecen la pena el esfuerzo.


De todas maneras, lo más impactante del día no fue ni llegar a la cima, ni contemplar las vistas, sino poder contemplar la verdadera esencia de lo que significa Vietnam hoy en día. Y es que al entrar en el recinto del parque natural pudimos observar una escena totalmente increíble, que no nos podíamos creer ni aún después de frotarnos los ojos varias veces. ¡En el parque había cebras! Yo creía que solamente podías verlas en África, pero no, tanto documental de la 2 no había servido para nada, nos acababan de desmontar nuestra imagen de la sabana africana ¿y si todos esos documentales del Serengeti se habían rodado allí, en Da Lat, en el puto centro de Vietnam? ¿Y dónde estaban los leones, y las hienas? Desgraciadamente, solamente había que prestar un poquito de atención y limpiar bien las gafas. Bien es sabido que Vietnam es el paraíso de las falsificaciones, aquí lo copian todo y todo parece original y de primerísima calidad. ¡Todo menos las cebras! ¿Pero a quién se le ocurre pintarle rayas negras a un pobre caballo blanco? Si el malogrado amigo Félix levantara la cabeza no se creería semejante esperpento. ¡Hay que ser cutre para hacerle eso a unos pobres caballos! No tiene nombre.

Como decía, esto refleja perfectamente lo que es este país hoy día, el paraíso de la falsificación,  pero eso no es culpa de ellos, y cuando caminas por las calles vietnamitas y miras atentamente a cualquier persona de más de 40 años piensas, ¡coño! este/a tío/a ha vivido la guerra en sus carnes. Entonces reflexionas y ya no te parece tan agobiante ni tan terrible que te estén intentando sacar un dólar cada vez que pueden.

2 de noviembre de 2012

Trajes, turistas y luces de colores


Después de una sensación de resaca que ya parecía olvidada y de continuar disfrutando de una piscina increíble a pie de playa, y después de una salvadora llamada de la chica del hotel, cogimos un sleeper bus en medio de la carretera, casi a la carrera y una vez más bajo la lluvia, de una compañía “nisu” totalmente distinta de la que habíamos contratado, para dirigirnos hacia Hoy An, el destino ideal para quienes buscan “shopping tourism” y hacerse un traje a medida. El autobús era muy gracioso, pues estaba completamente destartalado, algunos asientos no se podían poner en posición vertical y viceversa, y los viajeros daban unos botes tremendos a cada bache que cogía el autobús. Pero llegamos a destino en poco tiempo, y afortunadamente nos dejaron a 15 minutos caminando de nuestro hotel. Dejamos las cosas y nos fuimos a dar un paseo por la ciudad para ver el atardecer a la vera del río, desde un curioso puente adornado con faroles de colores que hicieron que la puesta de sol fuera un auténtico espectáculo, continuado con el festival de colores de los mercados nocturnos y calles de la ciudad. Una cena en medio de alguna cucaracha desperdigada y unas bia hoi a 4000 dong (20 céntimos de euro), a nuestro juicio lo que más merece la pena de la ciudad.

Aquí recuperamos el 40% del dinero que habíamos pagado por el crucero en Halong Bay, lo que nos llevó tan solo unos minutos, pues el dueño de la compañía realmente cumplió su palabra con diligencia, y más felices que unas pascuas nos fuimos a entremezclarnos con el gentío en los mercados diurnos situados a la ribera del río, a refrescarnos con alguna bia hoi antes de subir al autobús que nos llevaría, previo trasbordo, hasta Da Lat.

A nuestro modo de ver Hoi An es una ciudad extremadamente turística donde no hay mucho que hacer salvo que tu objetivo sea ir de compras (evidentemente de artículos de imitación y dudosa calidad), hacerte un traje a medida (con una oferta escandalosa) y gozar de una variada oferta culinaria siempre que tu presupuesto te lo permita, pero en la que no merece la pena pasar más de una noche. Ésto, como siempre, es una opinión personal.