Salimos en autobús desde Phnom Penh a las
7:00 am. A las 6:30 debía venir a recogernos el servicio pick up de la compañía de autobús, y vino. Por desgracia, el chófer
de la furgoneta se negó a llevarnos porque no figurábamos en su lista, a pesar
de que el trayecto que iba a hacer era el mismo. ¡Increíble! Finalmente el
personal del hotel, ya que el error había sido de ellos a la hora de hacer la
reserva, nos pagó un tuk-tuk hasta la
estación de autobuses.
A las 7 en punto salía el VIP bus dirección a
Laos. Lo de VIP bus se debía a los ribetes de las cortinas y a que tenía unos
sillones de cuero enormes, a la par que poco cómodos, ya que ni siquiera tenía
aire acondicionado, ¡menudo VIP bus! En fin, salimos con puntualidad exquisita
con mi amigo Nakamura, un japonés que también viajaba por Asia y que me tiró la
caña minutos antes de subir al autobús. Aún me lo encontraría un par de veces
más con sendos tiros de caña hábilmente evitados. ¡Qué sex appeal el mío!
El viaje hasta la frontera se hizo largo, muy
largo. Antes de llegar al puesto fronterizo el azafato del autobús nos solicitó
los pasaportes y el dinero para tramitar el visado on arrival (nos pidió 6 dólares más del precio real). Nosotros le
dijimos amablemente que lo obtendríamos por nuestra cuenta. Y al llegar a la
frontera empezó el show, una vez más. El “oficial” del puesto nos pedía 2
dólares por cabeza para ponernos el diminuto sello de salida de Camboya, a lo
que obviamente nos negamos, pues sabíamos con certeza que no debíamos pagar ese
“peaje”, y el muy cabrón nos invitó a cruzar la frontera sin ponernos el
maldito sello, sabiendo que en el lado laosiano no nos iban a conceder el
visado sin el sello de salida camboyano. Lógico. Así pues, volvimos al lado
camboyano, donde, para nuestra sorpresa, el “oficial” había decidido recoger
sus bártulos y abandonar el puesto. Allí, sus secuaces nos dijeron que al menos
íbamos a esperar 1 hora, por sus cojones, a no ser, claro, que pagáramos.
Lo cierto es que el resto de turistas estaban
dispuestos a pagar los 2 dólares de “peaje”, pero gracias a Diana, que les
alentó a no dejarse engañar y no pasar por el aro, montamos nuestra pequeña
rebelión en medio de la nada, entre risas y cagándonos en los ancestros del
“policía” y sus amigos. Pasados unos minutos, el “individuo” en cuestión nos
rebajó su tasa a 1 dólar, a lo que nos volvimos a negar, por supuesto. Entonces
apareció el azafato del autobús, quien estaba cabreado por no haber conseguido
sus dólares extras del día (unos 30-40 dólares aproximadamente) y nos amenazó
con no esperar más y dejarnos en tierra si no pagábamos el “arancel”. Aquí
están todos compinchados, panda de….. Diana y yo seguíamos en nuestras trece.
Ella fotografió la matrícula del autobús por si acaso y les amenazó con llamar
a la policía. Lamentablemente, el resto de guiris fue pasando por caja uno tras
otro obligándonos a nosotros también a pagar el puto dólar que fue directo al
bolsillo del mamón del “policía”.
Una vez en lado laosiano la misma historia,
pero allí ya pagamos directamente el “peaje” sin montar follón y por fin
obtuvimos nuestra puerta de entrada a Laos.
Después de este pequeño episodio, y tras unas
cuantas horas más de carretera, ¡Saa bai dee!, llegamos a Pakse. Mi amigo
Nakamura aprovechó para pedirme mi mail y mi Facebook y después cogimos un tuk-tuk que nos llevara al hotel a por
una merecida ducha.
Ya limpitos y habiendo cambiado nuestros
dólares en un supermercado a las 8 de la noche, ya pudimos comprobar que la
gente de Laos es la más amable que nos habíamos encontrado hasta la fecha y con
mucha diferencia. Bastaron tan solo unos pocos minutos para darnos cuenta de
que Laos es totalmente distinto al resto del sureste asiático, pausado, calmado
y lejos del habitual bullicio, con sus gentes afables y transmitiendo una gran
calma. ¡Una delicia!
El día lo terminamos con una rica cena (y
mucho más barata que en Camboya) y unas fresquísimas Beer Lao con las que
celebramos que nos habíamos ahorrado unos cuantos dólares en la frontera. Hoy nos las habíamos ganado con creces.
A la mañana siguiente, ya en pleno día,
comprobamos que nuestras sensaciones del día anterior no habían sido un
espejismo y que en Laos nos íbamos a sentir como en casa. Se respiraba una
tranquilidad abrumadora. Pakse es una ciudad sin apenas tráfico, lejos del
frenesí automovilístico de los países que habíamos visitado antes y donde se
respira una paz casi absoluta. Dimos un paseo por la ribera del Mekong,
visitando un templo budista donde los monjes ataviados con sus trajes color
naranja te saludan con una gran sonrisa haciéndote sentir bienvenido, y
recorrimos las tranquilas calles de la ciudad mientras dejábamos pasar el
tiempo antes de coger el autobús que nos llevaría hasta la capital, Vientiane.
Ese autobús sí que era realmente un VIP bus.
Las literas eran completamente horizontales y hechas para 2 personas (lo que es
una suerte si viajas en pareja o puede ser horrible si viajas solo), con una manta
precintada en una bolsa de plástico, un snack
de bienvenida, una botella de agua y una toallita para limpiarte. Y también con
baño y aire acondicionado. No dábamos crédito, estábamos flipando con el
autobús. Esa fue la primera vez que dormimos a pierna suelta en un sleeper bus en lo que llevábamos de
viaje, y también sería la última.
0 comentarios:
Publicar un comentario