


Esa noche me costó dormir más de
lo normal, aunque al final lo conseguí. El día amaneció soleado y fresco, por
lo que rápidamente nos pusimos en marcha ante lo exigente de la jornada. Antes
de caminar, obviamente, un buen desayuno con un té calentito calienta el cuerpo
y anima el espíritu. Las primeras dos horas y media han sido duras, salvando un
gran desnivel en el último kilómetro, justo antes de llegar a Tal (1700
metros), pueblo que parecía no llegar nunca. A medida que caminábamos aparecía
a lo lejos una cumbre nevada que parecía enviada por los dioses para animarnos
a proseguir el camino sin decaer. Al coronar la colina, ni rastro de Tal, así
que descanso de 10 minutos, consulta de mapa, perfil y panel de distancias
informativo, y a continuar. Pocos metros después, tras cruzar un pórtico
rudimentario y solitario, las vistas que aparecieron ante nuestros ojos
quitaban el hipo. De repente olvidé el cansancio y el esfuerzo realizado. Ante
nosotros se habría un valle maravilloso que bañaba al pueblo de Tal, que nos
daba la bienvenida con el colorido de sus casas. Al entrar en Tal descansamos
un rato, a la vez que rellenábamos las botellas de agua en la Safe drinking water station (una serie de puestos donde rellenan
botellas con agua purificada, apta para el consumo inmediato, a un precio de
35-50 rupias dependiendo de la altitud del puesto) y a proseguir el camino
hacia Danaque impregnados por el aroma de las plantaciones de marihuana
silvestre que hay a la salida del pueblo. Si os lo preguntáis…¡NO, no nos hemos
fumado un petardo!

El
resto del camino fue bastante más sencillo, aunque en este tramo los pueblos
están distribuidos de tal manera que siempre hay un hotel-restaurante solitario
al inicio del pueblo, pero hasta el verdadero núcleo urbano pueden quedar entre
10 y 30 minutos, lo que al final del día puede llegar a desanimar un poco a
medida que te acercas a tu destino final.


Finalmente,
y tras 25 km, llegamos al objetivo del día, Danaque (2200 m), después de 6
horas de caminata. Encontramos un lodge al final del pueblo, que para nuestra
desgracia estaba repleto hasta los topes, con lo que cuando me tocó el turno de
ducha no quedaba agua caliente (en el
recorrido, salvo excepciones, el agua caliente se obtiene de los depósitos de
agua de los hostales calentados por la luz del sol) y tuve que ducharme con
un agua completamente congelada ¡brrrrrrlllll! ¡Qué frío! Para resarcirme, dos
platazos de un dal-bhat exquisito y
una sobremesa con un calentito te al limón con jengibre y miel. Y a dormir, o
al menos intentarlo, ya que el hotel estaba repleto de jóvenes israelíes
fumando hierba y armando jaleo a los que tuvimos que llamar la atención en
varias ocasiones antes de que nos permitieran descansar…en fin, ¡buenas noches!
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