18 de marzo de 2013

Circuito del Annapurna. Chame-Upper Pisang



La última noche fue realmente mala. Llevaba un par de días escapando al resfriado, pero finalmente me atrapó y me desperté de madrugada empapado en sudor, con una tiritona de las buenas. Afortunadamente me levanté bien y las vistas del Manaslu desde nuestra ventana ayudaron a que me sintiera mejor. ¡Así da gusto levantarse! Aunque sea a horas intempestivas.

Salimos desde Chame camino a Pisang. En esta jornada sobrepasaríamos los 3000 metros de altura. Podíamos elegir dos caminos, uno más sencillo que lleva hasta Lower Pisang (3250 m) con una subida progresiva, y otro más duro que lleva hasta Upper Pisang (3310 m), pero con subidas mucho más explosivas. Decidimos ir poco a poco y decidir en cuál de los dos pueblos dormiríamos en función de cómo nos encontráramos. Durante el transcurso del día el paisaje ha ido cambiando para dar paso a los bosques de coníferas. Una grata sensación sentir a tu alrededor olor a pino, te recuerda al olor de casa, al olor de pino del Mediterráneo y de los Pirineos.

A medida que avanzábamos nos despedíamos del Manaslu a la vez que nos adentrábamos en un paraje realmente espectacular, cruzando varios puentes colgantes por el camino, con una pared de piedra enorme, completamente lisa, perfectamente pulida, que en otro tiempo fue un fabuloso circo glaciar. Ya estábamos cerca de Pisang y decidimos pernoctar en Upper Pisang (3310 m). Mientras, el Annapurna II hacia otra vez acto de presencia por su cara noreste y volvía a dejarnos sin capacidad para articular palabra. ¡Qué espectáculo!

Después de encontrar hotel (aquí ya tuvimos que pagar por el alojamiento 150 rupias = 1,5 euros, gracias a que el hotel donde encontramos alojamiento gratuito decidió no darnos la habitación en el último momento y dársela a un guía local) fuimos a visitar el monasterio del pueblo, un lugar donde podrías quedarte horas y horas sentado, meditando o simplemente relajándote (y posiblemente acabar durmiéndote) sino fuera porque la multitud de turistas se esfuerza con ganas en romper el silencio y la magia del lugar. Aun así, estuve cerca de una hora contemplando el Annapurna II mientras se ponía el sol, a solas, sin poder dejar de mirarlo ¡Qué maravilla! Qué ganas de subir a su cumbre. Me tuve que conformar con mirarlo y seguir quedándome estupefacto, sin palabras.

Después de una cena un tanto mediocre, de que la pizza que pidió Diana se fuera al suelo y la sustituyeran por otra a medio hacer, un poquito de terapia grupal para afrontar los días que quedaban, una sesión de masaje y ya podíamos descansar.

0 comentarios:

Publicar un comentario