Iniciamos
temprano la que sería, desgraciadamente, nuestra última etapa del trekking y
que nos llevaría hasta Tatopani, donde disfrutaríamos de un par de días de
relax antes de volver a Pokhara. Empezamos a caminar y descubrimos donde
habíamos dormido era el primer asentamiento de Ghasa, pues como viene siendo
habitual el verdadero núcleo urbano se encontraba más adelante, a un kilómetro
de distancia, donde hay un par de alojamientos de mejor calidad, un curioso
cuartel militar, muy rústico y desvencijado, y posibilidad de subirse a algún
autobús que te lleve hasta Tatopani o incluso Beni.
Seguimos las
calles empedradas que atraviesan el pueblo, evitando la carretera, cruzando un
puente colgante a la salida del pueblo que nos lleva por el margen este del
río, atravesando pueblos de montaña tan curiosos como Kopchepani (1480 m) y Gadpar
(1420 m), donde se hacían visibles las consecuencias de la endogamia de
estas poblaciones, divisando Dana (1400 m) desde lo lejos,
al otro lado del río, hasta que llegamos al enésimo puente colgante que nos
devolvería a la carretera para llegar a Tatopani (1200 m) en veinte minutos.
Un total de cinco horas de caminata y ochocientos metros de descenso para
llegar a nuestro punto final del trekking después de 230 kilómetros totales.
Contentos de haber llegado hasta aquí y muy tristes por tener que marcharnos
sin haber subido a Poon Hill, que
dejaríamos para otra ocasión.
A Tatopani
llegamos con la intención de pasar un par de días para descansar y relajarnos
en sus aguas termales, de las que nos habían hablado bastante bien. Nada más
llegar, sin tregua, fuimos en busca de hotel. Tatopani es un pueblo pequeño
pero con bastante oferta hotelera, pero tiene un grave problema, ya que en
todos los hoteles te ponen una condición para que te puedas alojar en ellos, y
es que hagas todas las comidas en el mismo hotel ¿¡pero están locos?! No había
manera de hacerles cambiar de opinión. Daba igual que tuvieran el hotel vacío,
o comías allí o no te daban habitación. Nos recorrimos todo el pueblo y
encontramos uno que sí nos daba alojamiento sin condiciones. Solamente tenía un
problema, era una verdadera pocilga, así que seguimos la búsqueda. Al final, un
poco desanimados, desesperados y cabreados, después de una larga negociación,
conseguimos que nos dejaran una habitación en el último alojamiento del pueblo,
al “módico” precio de 300 rupias, pero con la libertad de poder comer donde se
nos antojara (pues en Tatopani hay un par de restaurantes mucho más baratos que
los hoteles).
Cansados
después de la fatigante búsqueda hotelera, nos pusimos el bañador y fuimos a
las termas dispuestos a darnos un relajante baño. Pagamos 60 rupias por la
entrada. Las termas constaban de dos piscinas, de las cuales una estaba vacía.
La que tenía agua…¡estaba ardiendo! A ver quién era el guapo que se metía ahí
dentro. Nuestras ilusiones de bañarnos hasta estar más arrugados que unas pasas
se fueron al traste. Pero no podíamos irnos de allí sin bañarnos, haciendo gala
de nuestra tozudez, fuimos entrando poquito a poco. Primero la punta del pie.
Después el pie entero. Luego las piernas. Y así hasta conseguir meternos de
cuerpo entero unos minutos y salir rápidamente antes de escaldarnos. Repetimos
el proceso varias veces y al final disfrutamos de nuestro “baño de placer”. No
era lo que esperábamos pero tampoco estuvo tan mal.
Los dos días
que pasamos en Tatopani nos dedicamos a levantarnos cuando nos apetecía, sin
madrugones, a dar paseos por los alrededores (cortos, no había mucho que rascar
por allí), remojarnos los pies en la gélida agua del río y comer bien, muy
bien. Un buen final para el trekking.
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