“Estoy en todas partes y en todas las cosas. Soy el sol y las estrellas.
Soy tiempo y espacio y soy Él. Cuando estoy en todas partes ¿dónde puedo
moverme? Cuando no hay pasado ni futuro, y yo soy existencia eterna, entonces,
¿dónde está el tiempo?”
Evans-Wentz (Tibetan Yoga and Secret
Doctrines)
Después del
calvario del día anterior decidimos realizar una etapa corta que nos llevaría
hasta Tukuche. El problema era encontrar un camino que evitara la carretera
principal y con ello evitar tragar polvo. Como en teoría solamente
necesitaríamos tres horas de camino nos lo tomamos con calma. Gran error, pues
no contamos con que el maldito viento del “valle
del infierno” empezaría a atormentarnos a las 10 de la mañana.
Después de
mucho preguntar y no obtener una respuesta concreta tuvimos que deducir el
camino que evitaba la carretera y conseguimos llegar a Marpha (2670 m)
atravesando campos de cultivo, puentes, trozos de carretera y campo a través,
pues la senda prácticamente no estaba indicada. Antes de alcanzar Marpha
divisamos el enorme templo de Sanga Choling que domina el pueblo,
y continuamos el camino siguiendo a los rebaños de cabras que nos hacían,
nuevamente, tragar más polvo. Entretanto el viento empezaba a soplar.
Afortunadamente, al final de Marpha apareció un puente tras el cual el camino
giraba a la izquierda y se resguardaba por un bosque a su paso por Chhairo,
con su templo en ruinas, protegiéndonos del viento. El camino continuaba por
debajo de Chimang, un pueblo enclavado en lo alto de un montículo, hasta
que llegaba a un puente colgante donde un panel informativo indicaba que podías
continuar el camino hasta Tukuche por ese lado del río y así evitar la
carretera. Así pues, alentados por las primeras vistas del Daulaghiri (8167 m) en
nuestro afán de cruzar el maldito Kali
Gandaki, continuamos adelante hasta que comprobamos que era totalmente
imposible cruzar el río, por lo que después de caminar un kilómetro más
decidimos dar la vuelta en busca del puente con el jodido panel informativo
(¡quién demonios pintó ese cartel! Nos hubiera gustado tenerlo delante en esos
momentos), con Diana calada hasta la cintura por una caída en el río, botas
incluidas, y con el asqueroso viento del “valle
del infierno” que aún no se había percatado de que no queríamos ser sus
amigos. Y para colmo, empezaba a llover. Se habían alineado los planetas en
nuestra contra, o eso parecía. Finalmente conseguimos volver al puente y, en
media hora llegamos al fin a Tukuche (2590 m) después de cinco
horas, cuando deberíamos haber tardado tan solo tres. En fin…
Encontramos
habitación en el primer hotel del pueblo, y menuda habitación, un auténtico
lujo, con baño, ducha y agua caliente, todo por 400 rupias (algo caro, pero a
partir de Jomson los precios subían bastante con respecto a los del resto del
trekking) y escrupulosamente limpio. Se llamaba High Plains Inn (www.highplainsinn.com). Los dioses nos habían recompensado.
Más tarde comprenderíamos porque el hotel era tan fantástico, y es que el
propietario era un hombre alemán que se casó con una nepalí, montó su negocio y
se quedó a vivir en Tukuche, en medio de la nada.
El pueblo está
semiabandonado a pesar de tener no pocos habitantes, y cuenta con una escuela
de primaria y un pequeño templo donde todavía residen unos cuantos monjes. Pero
desde que se construyó la carretera Beni-Jomson el turismo ha caído en picado
(igual que en muchos pueblos en su trayecto) y se ve casi vacío, aunque a
nosotros estábamos encantados de poder disfrutar de tanta tranquilidad. Es un
pueblecito rústico, sosegado, con vacas campando a sus anchas, niños jugando en
cualquier rincón y estrechas y solitarias calles empedradas por donde pasear
serenamente a los pies del Nilgiri, con el Daulaghiri asomando y un chorten enorme de lo más peculiar. Nos
hubiéramos quedado un par de días sin hacer nada en este lugar, pero debíamos
continuar el camino en busca del Annapurna.
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