La esencia de Vietnam
En Vietnam todo es susceptible de ser copiado. En cualquier rincón encuentras una imitación, da igual de qué se trate, ellos ya lo habrán copiado...pero en esta ocasión fueron demasiado lejos.
Bahía de Halong
Vendedora ambulante en medio de la Bahía de Halong.
Angkor Wat
Visitando el edificio principal del recinto de Angkor, al que da nombre. Un edificio majestuoso, bello y lleno de historia.
Annapurna Circuit
Caminando por el Himalaya, rodeando el macizo del Annapurna, encontramos recónditos e increibles paisajes como el valle donde se encuentra el colorido pueblo de Tal.
Himalaya indio
Impresionantes vistas aéreas de los picos nevados de la cordillera del Himalaya en su parte más oriental, al norte de la India, en Ladakh.
19 de noviembre de 2012
Vang Vieng y el tubbing
Nuestra penúltima parada en Laos la hicimos
en Vang Vieng, pequeña ciudad ribereña famosa por ser un destino turístico de
fiesta, borrachera y especialmente por el tubbing. El tubbing consiste en
alquilar un neumático gigante que se utiliza como flotador y tirarse montado
sobre el mismo río abajo para que te vayan pescando desde los bares de la
orilla y te vayas tajando poco a poco a medida que bajas por el río, una
actividad llamativa y muy peligrosa en la que cada año alguien se deja la vida,
pues no es infrecuente que se mezclen el alcohol y las drogas mientras se hace
tubbing. Es difícil resistirse a la tentación del tubbing, pero nosotros lo
conseguimos.
En Vang Vieng hay más cosas que hacer a parte
del tubbing, y es un buen lugar para practicar btt o senderismo, que es lo que
hicimos. Allí alquilamos unas bicicletas los 2 días que estuvimos, por 30000
kips el día completo (1,2 euros, algo caro para Laos), en el único lugar de la
ciudad donde si tienes un pinchazo no te hacen pagar nada (es curioso, pero en
Vang Vieng, para alquilar una bici tienes que dejar el pasaporte y si tienes un
pinchazo te cobran por arreglarlo en la gran mayoría de sitios, y es más caro
que alquilar la bicicleta). El primer día fuimos a la Blue lagoon, un trayecto de unos 12 km ida hasta un lugar que en
principio prometía mucho y que una vez allí te dabas cuenta que era otro
sacadineros más para los turistas, pues se trataba de un pequeño estanque
artificial en una esplanada a la entrada de unas cuevas, con un árbol en el que
han construido una pequeña pasarela para que los guiris podamos saltar desde
sus ramas a unos 4-5 metros de altura. Nos dimos un baño en su agua gélida y
cansados de tanta hormona teenager y tanto “hippie” de pacotilla cogimos
nuevamente nuestras bicis camino a Vang Vieng a por unas Beer Lao. Al día
siguiente, nuevamente con nuestras bicis, fuimos a ver unas cataratas, y nos lo
pasamos en grande. La catarata principal es un salto de agua de unos 30-40
metros de altura, en un entorno espectacular y donde bañarte en una pequeña
laguna con su cascada sin nadie a tu alrededor, uno de esos lugares que buscas
cuando empiezas cualquier viaje. Disfrutamos muchísimo.
Por lo demás, Vang Vieng es un lugar diseñado
para un turismo de veinteañeros, la fiesta y las drogas, lleno de restaurantes
donde sentarse sobre cojines mientras te bombardean con videos y más videos de Friends o Family Guy, y donde te ofrecen cubalitros (o cachis) de whisky Lao con cola gratuitos para que
entres a cenar y te vayas entonando poco a poco. Y a pesar de lo que habíamos
oído sobre el lugar, una vez allí vimos que no era para tanto y estuvimos la
mar de tranquilos y disfrutando de la naturaleza de Laos.
Luang Prabang. El reencuentro
Ya hemos dejado la jungla y hemos vuelto a
Luang Prabang. Allí nos estaban esperando nuestros amigos malagueños, Carlos y
Patricia, con los que coincidimos muy brevemente en Xian, y que mientras
estábamos en Luang Nam Tha nos dijeron por whatsapp que estarían en Luang
Prabang en las mismas fechas que nosotros, ¡qué alegría! Teníamos muchas ganas
de volver a encontrarnos con ellos y mucha curiosidad por saber como les había
ido su viaje de dos meses por China.
En el viaje de vuelta a Luang Prabang, otra
vez en minivan, coincidimos con una pareja de Barcelona que estaba de
vacaciones en Laos y con otra pareja mejicana que estaba terminando aquí su
viaje de un año. Esta vez el viaje fue mucho más plácido que el de ida, sin
tanto bote (nos habíamos asegurado de no ir sentados al fondo), aunque
amenizado por la horrible música de una chica laosiana. El único contratiempo
del viaje lo tuvimos en un tramo cuesta arriba totalmente embarrado, en el que
por un momento nos vimos fuera de la furgoneta, llenos de barro hasta las orejas y tirando de una cuerda para poder sacarla de allí. Afortunadamente eso
no ocurrió. La solución la puso el conductor. Que no puedo pasar, no hay
problema. Doy marcha atrás, cojo carrerilla y piso el acelerador a fondo a ver
si consigo pasar. Así hasta 3 veces cogiendo cada vez más carrerilla, mientras
a nosotros se nos ponían de corbata con cada nueva embestida, hasta que al
final el conductor consiguió salir del atolladero sin problemas y con nuestras
caras de susto. En definitiva, el viaje transcurrió sin incidencias y
disfrutando de unos paisajes absolutamente espectaculares, como todos los que
puedes ver en Laos. ¡Qué país tan fascinante!
Al llegar a Luang Prabang, negociamos un tuk-tuk
barato que nos dejara en el centro a los seis. Nada más bajar, apareció otro
conductor de tuk-tuk ofreciéndonos una habitación por 50000 kip (5 euros).
Normalmente hubiésemos pasado de él y hubiésemos ido a buscar alojamiento por
nuestra cuenta, pero casualmente, el sitio que nos ofrecía era el mismo en el
que estaban alojados nuestros amigos malagueños, el Soutikon Guesthouse, así que decidimos acompañarle. Había tres habitaciones disponibles, una para cada una de las parejas, y como nos gustaron decidimos quedarnos.
Después de darnos una ducha fuimos al
encuentro de nuestros amigos, que nos recibieron con unas Beer Lao en la mano y
con los que celebramos el reencuentro los días siguientes, nos pusimos al día,
nos echamos unas cuantas risas y ¡hasta bebimos vino! Un vino francés
riquísimo, vaya tarde nos marcamos el día que se marcharon, aún no sabemos cómo
sobrevivieron a una noche de autobús después de aquella tarde. Sin duda fueron
unos días increíbles, con unos desayunos fantásticos, visitas a templos
budistas, noches inolvidables tomándonos unas birras hasta las tantas y
charlando sin parar, e incluso comiendo unos dumplings de madrugada, ¡qué gozada! Ya estamos esperando volvernos
a encontrar…
El resto de nuestra estancia en Luang Prabang
se activó el mode birthday, pues
celebramos el cumpleaños de Diana y nos dimos algún homenaje a base de una
suculenta cena probando un montón de platos típicos laosianos, increíbles, y
regados como no con vino tinto, así como regalarnos unos masajitos y dedicarnos
a estar de vacaciones y olvidarnos unos días de hacer y deshacer mochilas,
pensar a dónde íbamos y viajar en interminables trayectos de autobús. Y Luang
Prabang es uno de los mejores lugares para hacerlo.
Un día en la jungla
Hoy ha sido un día increíble. Después un
desayuno a base de galletas (como viene siendo habitual) hemos ido hasta el
local de Deng, el que iba a ser nuestro guía en nuestra caminata por en medio
de la jungla. Lamentablemente, Deng nos comunica que no íbamos a poder ver
ningún tigre, pues para ello, tendríamos que hacer una ruta de 3-4 días, lo que
nos salía sumamente caro, ¡qué pena!
Lo primero que hacemos es ir con nuestro guía
al mercado local, donde nos da una pequeña clase de como comprar barato (cosa
fácil para él, pues es local, porque nosotros volvimos al día siguiente y nos
pedían 4-5 veces el precio real) y de calidad. Compramos carne de cerdo,
plátanos, verdura, sticky rice (un
arroz pegajoso que está riquísimo) y unos dulces de arroz con plátano envueltos
en hoja de palmera que están deliciosos y que nos sirvieron como aperitivo
durante el camino.
Tras la compra subimos a la furgoneta y
fuimos a visitar un pueblo de la minoría étnica Lahu, a la que pertenecía nuestro guía.
Fuera de ser una turistada más (como pensamos al principio) la visita al pueblo
fue una experiencia muy agradable y enriquecedora, pues Deng nos explicó
muchísimas cosas acerca de la manera de vivir y creencias de la gente laosiana.
A modo de ejemplo, nos explicó que las casas se construyen sobre pilares para
poder dejar un espacio debajo de la casa a modo de almacenaje y que acceden a
la vivienda a través de una escalera que siempre debe tener un número par de
escalones, pues de esa manera los malos espíritus no pueden entrar en sus
casas. Por el contrario, cuando alguien de la familia muere, deben cambiar la
escalera de acceso por una con un número impar de escalones, porque así
permiten al espíritu del difunto que entre en la vivienda y pueda proteger a la
familia. Y así, unas cuantas cosas más acerca de la vida cotidiana de los
laosianos. También nos explicó el significado de la bandera laosiana, con 2
franjas rojas, una azul y un círculo blanco en el centro. Las 2 franjas azules
simbolizan la unión del cielo (azul) y la tierra (verde, pues Laos está
completamente poblado por bosques tropicales). El color rojo simboliza la
sangre vertida por los miles de laosianos muertos en diferentes conflictos
bélicos en los que ellos no querían participar y que los países vecinos,
especialmente China (una vez más, el país asiático que se cree con derecho de
invadir a sus vecinos cuando se le antoja), Tailandia y EEUU (para no variar,
éstos últimos especialmente sangrientos e inhumanos). Y el color blanco de su bandera
simboliza el carácter pacífico de los laosianos, que intentan vivir en paz con
sus vecinos a pesar del empeño que históricamente han mostrado ellos en
evitarlo.
Después de visitar el pueblo, recogimos a un
nuevo guía que se conocía bien la zona y empezamos nuestra aventura por la
jungla, caminando por un estrecho, embarrado y resbaladizo sendero por el que
nuestros guías en chanclas se movían como Pedro por su casa mientras nosotros
íbamos con nuestras superbotas de trekking dando palos de ciego para intentar
mantener el equilibrio ¡qué triste! A cada paso que dábamos, Deng nos iba
explicando cosas sobre la selva, enseñándonos los tipos de plantas que
encontrábamos a nuestro paso, dándonos a probar un montón de plantas y frutas
de las que jamás habíamos oído hablar, probamos nuestro primer plátano
silvestre, y también iba recogiendo hojas de palmera y otras plantas que nos
servirían de platos más tarde.
A mitad de camino hicimos un alto para
preparar la comida en un pequeño claro donde los lugareños habían construido un
pequeño refugio. Deng y su amigo sacaron sus machetes y empezaron a cortar
trozos de bambú, con el que hicieron de todo. Un trozo sirvió de olla para
cocinar la carne junto con las plantas recogidas durante el camino. Otro trozo
lo utilizaron para fabricar una especie de “plato” en el que servir la comida.
Otro sirvió para fabricar unas cucharas de bambú, etc. Es increíble lo
atrofiados que estamos los cosmopolitas del primer mundo y lo poco que necesita
esta gente para sobrevivir, tan solo un machete y la jungla les provee de
cuanto necesitan, son unos cracks, saben hacer de todo. Si nos dejaran a
nosotros en medio de aquellos bosques no duraríamos ni un santiamén. Realmente
nos dieron una lección en toda regla, y a nosotros nos pareció la repera lo que
estaban haciendo, cuando sin ir más lejos, muchos de nuestros padres también
eran capaces de hacer lo mismo. Nuestra sociedad tiene algunas cosas buenas,
pero ha atrofiado completamente nuestro instinto de supervivencia.
Después de una comida estupenda, nuevamente a
caminar hasta llegar a unos bancales de arroz, en donde aprendimos que el arroz,
al igual que el trigo, se espiga (hasta donde llegaba nuestra ignorancia…) y
donde casi nos perdemos, a pesar de llevar guía, pero llegamos sanos y salvos.
Después de la caminata aún fuimos a visitar una aldea de la minoría étnica Hmong, una
etnia con la que nos volvíamos a cruzar después de nuestra visita a Sapa y que
está repartida por toda Indochina, en donde al entrar en el pueblo un grupo de
niños salieron a recibirnos con sus estruendosas risas, que se multiplicaron
por diez cuando Diana empezó a hacerles fotos (los niños laosianos son los más
simpáticos, igual que los adultos, que nos hemos cruzado hasta la fecha durante
nuestro viaje). Aquí Deng nos explicó que las aldeas laosianas tienen 3 jefes
(mayoritariamente hombres, aunque existen algunas en que las mujeres pueden ser
jefes), que son escogidos por votación a mano alzada entre los habitantes del
pueblo y que son elegidos por un período de 3 años, después del cual nunca más
pueden volver a ser jefes. Además de eso, está la figura del hombre más anciano
de la comarca, al que se le puede pedir consejo y cuya voz y voto tiene más
importancia del que nosotros pudiéramos pensar.
Como decía al principio, el día fue una
experiencia increíble y aprendimos muchísimo acerca de las costumbres de los
laosianos. Uno de los mejores días del viaje, sin duda.
Al día siguiente, aún con resaca por la
experiencia del día anterior, decidimos tomárnoslo con más calma y alquilamos
unas bicicletas para ir a visitar unas cataratas a 6 km de distancia de la
ciudad. El paseo hasta las mismas es muy sencillo y en apenas una hora llegas a
la entrada de las cataratas a un ritmo tranquilo. La entrada cuesta 10000 kip +
5000 kip por aparcar la bicicleta (total 2 personas + 2 bicicletas = 30000 kip
(1,2 euros)). Desde la entrada a las cataratas hay un pequeño paseo de 15
minutos. En la ciudad te venden la cascada como algo impresionante, pero una
vez que llegas allí, no es más que una pequeña cascada de apenas 5-6 metros de
altura, aunque por el precio, merece la pena ir hasta allí y quedarse un rato
con los pies en remojo y pasar la mañana lejos del calor de la ciudad.
Luang Nam Tha tiene muchísimas opciones de
senderismo, pero muy caras si viajas con un presupuesto limitado. Pero si tu
destino de vacaciones solamente es Laos, merece la pena realizar un trekking de
varios días, pues los precios son asequibles si los comparas con los de nuestro
país.
Los dragones
Después
de 10 horas de viaje llegamos a Vientiane, concretamente a la estación de
autobuses del sur, a unos 6 km del centro de la ciudad, y teníamos que ir a la
estación de autobuses del norte, que está en la otra punta de la ciudad, a 11
km del centro. Laos no podía ser perfecto. Y es que en este país, las
estaciones de autobuses están a tomar por culo, cuanto más lejos mejor, quizá
para dar trabajo a los conductores de tuk-tuk,
pero no hay ninguna que esté a una distancia razonable caminando del centro de
las ciudades. Un gran fallo…o no.
Llegamos
a la estación del norte, llamada así porque desde ella salen los autobuses en
dirección al norte del país (esto se repite en todas las ciudades). Allí
pasamos 12 largas horas hasta que saliera nuestro autobús a Luang Prabang, a
donde llegamos tras otras largas 14 horas en la carretera. Una vez en el centro
de Luang Prabang tratamos de encontrar un alojamiento económico, cosa que
resultó más difícil de lo previsto, pues esta ciudad es un importante destino
de turismo occidental y los precios son totalmente desproporcionados. Aun así,
encontramos una habitación por 10 dólares en un lugar espectacular, en una
pequeña casa para 2 con jardín ¡un lujo! Y además venía con sorpresa. Mientras
inspeccionábamos la habitación en busca de vida interior vi detrás de la
cabecera de la cama dos figuras de piedra, o eso creía yo, de algo parecido a
unas salamanquesas gigantes (Laos está lleno de ellas), hasta que una de las
figuritas decidió moverse ¡joder, qué susto! Al ver corretear a esas bestias de
30 cm de longitud salimos de la habitación a pedir auxilio al dueño del hotel,
que no os creáis que fue tan pancho. El tipo cogió unas tenazas, y medio
acongojado sacó a los dragoncillos uno a uno, y como peleaban los condenados.
De todas maneras, el tipo no perdió la sonrisa en ningún momento, cosa habitual
en este país.
Superado
el pequeño incidente, y esperando no tener más vida en la habitación, fuimos a
comprar nuestro billete a Luang Nam Tha para el día siguiente y también a dar
una vuelta por la ciudad alrededor de los ríos Nam Tha y Mekong. Además, ese
fin de semana se celebraba en Luang Prabang la Boat Racing, una gran fiesta culminada por unas carreras de
traineras que traían loca a la ciudad, en donde 50 tíos encima de una canoa
enorme remaban a destajo gritando al unísono a cada remada, todo un
espectáculo. Lamentablemente solo pudimos ver los entrenamientos, pues las
carreras eran el día que marchábamos.
Al día
siguiente bien temprano nos vienen a recoger para llevarnos hasta la minivan que nos conducirá hasta Luang
Nam Tha, donde los lugareños amablemente nos dejaron los dos últimos asientos
justo encima de las ruedas traseras, ¡qué suerte! Fueron casi 9 horas de botes
continuos, donde con cada bache saltábamos de los asientos y gracias al
cinturón de seguridad no nos empotramos contra el techo de la furgoneta, aunque
Diana tuvo un par de coscorrones y nuestras lumbares acabaron echas trizas. A
pesar de eso, recordemos que esto es Laos, el viaje fue espectacular, ¡menudos
paisajes tiene este país! La verdad es que el viaje fue de lo más curioso, pues
por ejemplo, cuando alguien tiene ganas de mear avisa al conductor y ¡venga!
Todos abajo a vaciar en la cuneta. Que ahora veo un puesto de fruta que me
gusta, aviso al conductor y bajo a comprar naranjas a kilos. Si de repente el
conductor para, nadie baja de la furgoneta y no tienes ni idea de que está
pasando, resulta que ha habido un desprendimiento de tierra que corta la
carretera y no puedes pasar. Pero no pasa nada siempre y cuando tengas un par
de excavadoras trabajando a todo trapo para despejar el camino en apenas 20
minutos. ¡Impresionante!
Una vez
en Luang Nam Tha, como no, la estación está a 10 km del pueblo y el único tuk-tuk que hay quiere sacar tajada del
asunto y cobrarnos el doble por llevarnos, además de reírse en nuestra puta
cara mientras nos dice que es nuestra única posibilidad. ¿Seguro? Pues lo
llevas claro colega, acabas de perder unos dólares (fue nuestra respuesta).
Salimos de la estación de autobuses y paramos a una ranchera en la gasolinera que
estaba al lado y conseguimos que nos llevara hasta el pueblo por la cara,
parando por el camino para comprar unas sillas para la casa. Lástima que no
pudimos despedirnos del usurero del tuk-tuk.
Y para celebrarlo, ¡pues unas Beer Lao!
Nos
alojamos en Zuela Guesthouse, una casita de madera muy acogedora, muy limpia
(como todos los alojamientos en Laos), con wifi en la habitación y mosquitera,
en medio de un jardincillo y con una terraza para los huéspedes. Todo por el
módico precio de 7 euros la noche. Además, cenamos en un restaurante japonés
donde con la comida te servían agua gratis y donde nos pusimos las botas con un
yakisoba más que aceptable y un katsudon exquisito. Y atendidos de la
mejor de las maneras posibles. ¡Cómo nos está gustando Laos!
¡Saa bai dee!
Salimos en autobús desde Phnom Penh a las
7:00 am. A las 6:30 debía venir a recogernos el servicio pick up de la compañía de autobús, y vino. Por desgracia, el chófer
de la furgoneta se negó a llevarnos porque no figurábamos en su lista, a pesar
de que el trayecto que iba a hacer era el mismo. ¡Increíble! Finalmente el
personal del hotel, ya que el error había sido de ellos a la hora de hacer la
reserva, nos pagó un tuk-tuk hasta la
estación de autobuses.
A las 7 en punto salía el VIP bus dirección a
Laos. Lo de VIP bus se debía a los ribetes de las cortinas y a que tenía unos
sillones de cuero enormes, a la par que poco cómodos, ya que ni siquiera tenía
aire acondicionado, ¡menudo VIP bus! En fin, salimos con puntualidad exquisita
con mi amigo Nakamura, un japonés que también viajaba por Asia y que me tiró la
caña minutos antes de subir al autobús. Aún me lo encontraría un par de veces
más con sendos tiros de caña hábilmente evitados. ¡Qué sex appeal el mío!
El viaje hasta la frontera se hizo largo, muy
largo. Antes de llegar al puesto fronterizo el azafato del autobús nos solicitó
los pasaportes y el dinero para tramitar el visado on arrival (nos pidió 6 dólares más del precio real). Nosotros le
dijimos amablemente que lo obtendríamos por nuestra cuenta. Y al llegar a la
frontera empezó el show, una vez más. El “oficial” del puesto nos pedía 2
dólares por cabeza para ponernos el diminuto sello de salida de Camboya, a lo
que obviamente nos negamos, pues sabíamos con certeza que no debíamos pagar ese
“peaje”, y el muy cabrón nos invitó a cruzar la frontera sin ponernos el
maldito sello, sabiendo que en el lado laosiano no nos iban a conceder el
visado sin el sello de salida camboyano. Lógico. Así pues, volvimos al lado
camboyano, donde, para nuestra sorpresa, el “oficial” había decidido recoger
sus bártulos y abandonar el puesto. Allí, sus secuaces nos dijeron que al menos
íbamos a esperar 1 hora, por sus cojones, a no ser, claro, que pagáramos.
Lo cierto es que el resto de turistas estaban
dispuestos a pagar los 2 dólares de “peaje”, pero gracias a Diana, que les
alentó a no dejarse engañar y no pasar por el aro, montamos nuestra pequeña
rebelión en medio de la nada, entre risas y cagándonos en los ancestros del
“policía” y sus amigos. Pasados unos minutos, el “individuo” en cuestión nos
rebajó su tasa a 1 dólar, a lo que nos volvimos a negar, por supuesto. Entonces
apareció el azafato del autobús, quien estaba cabreado por no haber conseguido
sus dólares extras del día (unos 30-40 dólares aproximadamente) y nos amenazó
con no esperar más y dejarnos en tierra si no pagábamos el “arancel”. Aquí
están todos compinchados, panda de….. Diana y yo seguíamos en nuestras trece.
Ella fotografió la matrícula del autobús por si acaso y les amenazó con llamar
a la policía. Lamentablemente, el resto de guiris fue pasando por caja uno tras
otro obligándonos a nosotros también a pagar el puto dólar que fue directo al
bolsillo del mamón del “policía”.
Una vez en lado laosiano la misma historia,
pero allí ya pagamos directamente el “peaje” sin montar follón y por fin
obtuvimos nuestra puerta de entrada a Laos.
Después de este pequeño episodio, y tras unas
cuantas horas más de carretera, ¡Saa bai dee!, llegamos a Pakse. Mi amigo
Nakamura aprovechó para pedirme mi mail y mi Facebook y después cogimos un tuk-tuk que nos llevara al hotel a por
una merecida ducha.
Ya limpitos y habiendo cambiado nuestros
dólares en un supermercado a las 8 de la noche, ya pudimos comprobar que la
gente de Laos es la más amable que nos habíamos encontrado hasta la fecha y con
mucha diferencia. Bastaron tan solo unos pocos minutos para darnos cuenta de
que Laos es totalmente distinto al resto del sureste asiático, pausado, calmado
y lejos del habitual bullicio, con sus gentes afables y transmitiendo una gran
calma. ¡Una delicia!
El día lo terminamos con una rica cena (y
mucho más barata que en Camboya) y unas fresquísimas Beer Lao con las que
celebramos que nos habíamos ahorrado unos cuantos dólares en la frontera. Hoy nos las habíamos ganado con creces.
A la mañana siguiente, ya en pleno día,
comprobamos que nuestras sensaciones del día anterior no habían sido un
espejismo y que en Laos nos íbamos a sentir como en casa. Se respiraba una
tranquilidad abrumadora. Pakse es una ciudad sin apenas tráfico, lejos del
frenesí automovilístico de los países que habíamos visitado antes y donde se
respira una paz casi absoluta. Dimos un paseo por la ribera del Mekong,
visitando un templo budista donde los monjes ataviados con sus trajes color
naranja te saludan con una gran sonrisa haciéndote sentir bienvenido, y
recorrimos las tranquilas calles de la ciudad mientras dejábamos pasar el
tiempo antes de coger el autobús que nos llevaría hasta la capital, Vientiane.
Ese autobús sí que era realmente un VIP bus.
Las literas eran completamente horizontales y hechas para 2 personas (lo que es
una suerte si viajas en pareja o puede ser horrible si viajas solo), con una manta
precintada en una bolsa de plástico, un snack
de bienvenida, una botella de agua y una toallita para limpiarte. Y también con
baño y aire acondicionado. No dábamos crédito, estábamos flipando con el
autobús. Esa fue la primera vez que dormimos a pierna suelta en un sleeper bus en lo que llevábamos de
viaje, y también sería la última.
Los Jemeres Rojos
Con todo el aspecto de una
ciudad occidental y con los precios por las nubes, la calidad escasa, los
lugareños ofreciendo droga en cada esquina y el turismo sexual a la orden del
día, la capital de Camboya solamente invita a abandonarla cuanto antes. De
todas maneras hay algo interesante que hacer y es visitar el Museo
de Tuol Sleng, un antiguo instituto (Tuol Sray Prey) que en 1975 fue transformado por las fuerzas de
seguridad de los Jemeros Rojos, liderados por el terrible Pol Pot, en cámaras
de tortura, cambiándole el nombre por el de Prisión
de Seguridad 21 (S-21). Aquí llegaron a asesinar a más de 100 personas
diarias en su época de mayor actividad. Los altos cargos de los Jemeres Rojos
se encargaban de sacar fotografías de cada prisionero a su llegada a la prisión
y después de ser torturados. Parte de estas fotografías están expuestas en el
museo y dan buena cuenta de las barbaridades que cometió el régimen de Pol Pot,
que en apenas 4 años fue capaz de realizar una de las reestructuraciones
sociales más salvajes que se recuerdan en la historia contemporánea,
dinamitando la sociedad camboyana y desplazando a los habitantes de las
ciudades hacia el campo, incluidos ancianos, enfermos y los más débiles, y
obligándolos a trabajar como esclavos durante 12 o más horas diarias,
convirtiendo el país en un campo de concentración gigante a modo de “cooperativa agraria”, como lo llamaban,
y eliminando cualquier vestigio de pensamiento intelectual. Como ejemplo,
bastaba llevar gafas para ser asesinado.
Se calcula que los Jemeres Rojos
asesinaron a unos 2 millones de personas. El país fue “liberado” en 1979 por
las tropas vietnamitas, pero la guerra civil continuó en la década de los 80 y
oficiales de los Jemeres Rojos continuaron en
el poder hasta 1991 y aún siguieron en el poder más tarde, cuando el
Partido Popular Camboyano del ministro Hun Sen (exiliado en 1977 y oficial de
los Jemeres Rojos) ganó las elecciones. Pol Pot murió tranquilamente en 1978
habiendo escapado de la justicia.
Actualmente todavía se están
celebrando los juicios de los Jemeres Rojos, que avanzan con desesperante
lentitud debido a la corrupción que impera en el país.
Desgraciadamente, 4 años en la
historia de un país pueden hacer muchísimo daño, como le ha sucedido a Camboya,
donde se palpa a cada instante el impacto que el régimen de Pol Pot y sus
atrocidades ha tenido en la población, y te quedas totalmente impresionado ante
la capacidad que esas personas tienen para seguir adelante y sobre todo, para
seguir manteniendo la sonrisa a pesar de todo lo que han sufrido. ¡Cuánto
tenemos que aprender!
Angkor Wat
16:01
Angkor Wat, Angkor Wat sin gente, Camboya, entradas Angkor Wat, recorrido Angkor Wat
No comments
Llegar a Siem Reap fue llegar a
nuestro primer lugar de vacaciones desde que iniciáramos el viaje. Digo vacaciones, no me malinterpretéis,
porque dejamos por unos días de buscar alojamiento y deshacer el petate cada
día y nos dedicamos solamente a disfrutar. Allí nos alojamos en el Motherhome
Inn, un hotel de auténtico lujo, que conocimos gracias al blog www.melargodeviaje.com, y aunque algo caro para Camboya (20$/noche), bien mereció la pena.
Para empezar, hicimos la reserva vía email sin ningún problema y sin necesidad
de dar el número de nuestra tarjeta de crédito, respondiendo nuestros numerosos
emails casi al instante. Además nos reservaron el autobús de Phnom Penh a Siem
Reap (ida y vuelta) y los respectivos pick-up
sin cobrarnos un duro extra. Al llegar al hotel nos recibieron con un cóctel de
bienvenida y unas toallas húmedas para limpiarnos las manos. Las habitaciones,
después de dos meses de viaje, eran impresionantes. El desayuno buffet era el
mejor que habíamos probado (y que probaríamos) en todo el viaje, completísimo.
Bollería, fruta, huevos, arroz, fideos, etc. Disponían de alquiler gratuito de
bicicletas. Y por si fuera poco, tenía una piscina de puta madre para
refrescarte después de pasar todo el día en Angkor Wat. ¡Espectacular! Nosotros
habíamos reservado en su otro establecimiento, el Motherhome Guesthouse, menos
lujoso, pero lo estaban reformando y nos guardaron la reserva en el Inn
manteniéndonos el mismo precio. Funcionan de maravilla. Además, tenían wifi,
internet en el lobby y pudiendo imprimir lo que quisieras GRATIS. ¡Una
maravilla! Tuvimos que quedarnos una noche más porque el primer día nos cayó el
diluvio universal y no pudimos salir del hotel ¡qué pena! En China pagamos más
por hostels bastante cutres, y en el resto del viaje nos volvería a suceder,
así que mereció mucho la pena.
Para visitar las ruinas de
Angkor Watt existen varias opciones, disponiendo de 3 modalidades de entrada:
1 día → 20 $
3 días → 40 $ (válida durante 1 semana; no es necesario que sean días
consecutivos)
7 días → 80 $ (válida durante 1 mes)
Con el billete tienes derecho a
visitar la zona de Angkor (4 km al norte de Siem Reap), la zona de Roluos (13
km al este de Siem Reap) y la zona de Banteay Srei (al norte del complejo de
Angkor, a unos 40 km de Siem Reap).
Nosotros optamos por la de 3
días, pues ver las ruinas en 1 día es totalmente imposible y puede resultar
estresante, y 7 días se nos salía del presupuesto. Con 3 días tienes tiempo más
que de sobra para visitar el complejo de Angkor Wat y los alrededores, y eso
hicimos.
Es
muy importante tener en
cuenta que las taquillas para comprar la entrada solamente están en la
carretera principal de acceso a Angkor, en la calle Charles De Gaulle, la calle
que sale girando a la izquierda en la rotonda que hay justo antes del puente
que cruza el río, donde se encuentran los jardines reales. Si vas por otras
carreteras tendrás que volver atrás unos cuantos kilómetros hasta encontrar las
taquillas, ¡así que andad con ojo!
En cuanto a la manera de
visitarlo, básicamente existen 2 opciones. Alquilar una bicicleta (1-2$ al día
las sencillas, tipo Verano Azul, con su cestita; 5-10$ las mountain-bike) o
moto (10$ al día + gasolina), o pagar a un conductor de tuk-tuk (15-30$ al día, según lo bien o mal que negocies, hay gente
que llega a pagar hasta 45-50$ al día) que te lleva donde tú quieres y te
espera a la salida de cada templo. Nosotros, obviamente, optamos por las
bicicletas, que además nos salían gratis, las puedes dejar en cualquier lugar a
la entrada de los templos sin ningún problema y te dan toda la libertad del
mundo, eso sí, siempre que no pinches una rueda, como me sucedió a mí a medio
camino del circuito corto, cuando todavía nos quedaba visitar el templo de
Angkor, y después de recorrer varios kilómetros con la rueda pinchada, tener el
culo atartallado por los botes, acabamos cogiendo un tuk-tuk, que por 4 dólares negociados nos llevó con las bicicletas
hasta Angkor, nos esperó y nos llevó después hasta el hotel. Pero pudo ser
mucho peor y pudimos disfrutar de ese maravilloso templo.
Nuestro recorrido fue el
siguiente, siempre intentando visitar los templos en sus horas de menor
afluencia, gracias al blog de viajesconmochila (www.viajesconmochila.blogstpot.com),
un blog genial con un montón de información y consejos, y lo conseguimos.
Día 1 → recinto
de Angkor Thom: Phnom
Bakheng (colina) y Angkor Thom (Bayon, Baphon y
alrededores).
Día 2 → Circuito
largo: Preah
Khan, Neak Pean, Ta Som, East Mebon , Pre Rup y añadiendo
Banteay Kdei
Día 3 → Circuito
corto, dejando Angkor Wat para el final: Ta Prom., Thommanom,
Chau Say Thevoda y Angkor Wat
Si queréis evitar a las multitudes y visitar
los templos con tranquilidad y en silencio, os dejamos algunas recomendaciones
acerca de qué lugares evitar según el horario:
-
Angkor Wat: al amanecer y al atardecer. A estas horas está infestado
de gente, y por la mañana el sol sale por detrás del templo, dejándolo a
contraluz. Las mejores horas son de 2 a 4 de la tarde, donde si tenéis suerte y
hay agua (cuando fuimos nosotros los lagos estaban secos) podréis ver el templo
reflejado.
-
Puerta sur de Angkor Thom: entre 8 y 10 de la mañana. El resto del día
suele estar poco frecuentada.
-
Bayon y Baphuon: entre 8 y 10 de la mañana. Las mejores horas están en
torno al mediodía, donde no hay casi nadie.
-
Phnom Bakheng: al atardecer, donde se forman colas de hasta 2 horas
para subir a ver la puesta de sol. Por la mañana está absolutamente vacío y
tienes una magnífica visión de 360 grados. Cuando fuimos nosotros estaban de
reformas, con una grúa gigante a pie del templo un poco molesta.
-
Pre Rup: al atardecer, donde llegan muchos tours. El resto del día se
puede visitar a cualquier hora.
De todos los templos, los que
más nos impresionaron fueron el Bayon (donde te sientes vigilado a cada paso
por las numerosas caras talladas en la piedra), el Baphuon, que está a
continuación (que debió ser espléndido en su apogeo, con su majestuoso pasillo
central que lleva al pie del templo) y el Ta Prohn (realmente espectacular por
lo exuberante de la naturaleza que intenta engullirlo, haciéndote sentir como
un verdadero explorador descubriendo algo que nadie antes ha visto). El Angkor
Wat, icono del país y el más conocido, es un templo espectacular, inmenso, pero
quizá por haberlo visto antes en numerosas fotografías y ser ya conocido, no
nos pareció tan interesante.
Los días en el complejo de
Angkor se hacen largos pedaleando bajo el sol asfixiante, aunque se amenizan
con compañía como la de Thobias, un chico alemán con el que ya coincidimos en
Dalat (Vietnam) subiendo al monte Lang Biang, y con un picnic a la sombra de
cualquiera de los templos. Y para rematar el día, un refrescante chapuzón en la
piscina del hotel. Fueron unos días fantásticos y mereció la pena el precio de
la entrada, pues los templos son realmente espectaculares y Angkor bien merece
la visita para todo aquel que tenga oportunidad. Por otro lado, Siem Reap tiene
muy poco (o nada) que ofrecer. Es una ciudad hecha por y para el turismo, con
unos precios desorbitados, donde hay que hacer malabarismos para comer barato
(aunque siempre están los puestos de la calle y los fideos instantáneos de
supermercado) y con un turismo muy masificado y enfocado a la fiesta y la
borrachera. Hasta existe una calle llamada Pub
Street.
Camboya
En este país apenas pasamos una
semana, ya que teníamos el tiempo justo si queríamos visitar Laos antes de ir a
Nepal, y lo que más nos interesaba era visitar las ruinas del complejo de
Angkor Wat.
Después de casi un mes en
Vietnam la entrada en Camboya nos mostró una realidad bastante distinta, con un
país mucho más humilde y una economía más rural y de subsistencia, al que el
régimen de los Jemeres Rojos y la actual corrupción han sumido en la pobreza,
generando una tendencia creciente a la mendicidad, que se ve fomentada por el
aumento del turismo en los últimos años.
Rápidamente te das cuenta de dos
tristes realidades en este país. Primero, de la elevada tasa de
desescolarización del país y la consiguiente explotación infantil, pues es más
frecuente ver niños mendigando las calles, principalmente en los destinos
turísticos por excelencia, que en las escuelas. En eso buena parte de culpa es
del turismo, claro. Y segundo, y más triste todavía, el elevado porcentaje de
turismo sexual, el cual está muy patente en la capital y Siem Reap, siendo algo
escandaloso. ¡Qué asco!
5 de noviembre de 2012
En la aldea del Mekong
Ya
quedaba poquito que rascar en Vietnam, salvo cruzar la frontera con Camboya en
barco a través del río Mekong. Y para deleite de mi buen amigo Ivan, visitando
una de sus muy ansiadas aldeas del Mekong.
Abandonamos
Ho Chi Minh City en autobús en dirección a Chau Doc, pueblo que sirve de base
para cruzar la frontera con Camboya por río. El pueblo no tiene ningún interés,
así que poca cosa podemos contar. Después de dar unas cuantas vueltas
conseguimos unos billetes de barco-autobús por 10 dólares + los 23 que nos
piden por el visado camboyano (los 20 del visado real, 1 para el oficial
vietnamita, 1 para el oficial camboyano y 1 de comisión). No hay que pagar más
de 20 dólares por el visado. En todas las agencias, hoteles, etc te engañan
cuando te dicen que el puesto está muy lejos y hay que ir en moto, ¡MENTIRA! El
barco te deja en una plataforma donde está la policía de aduanas. Desde allí
hay que ir caminando hasta el puesto fronterizo vietnamita, al que se llega en
10-15 minutos, en donde te ponen el sello de salida (te pedirán 1 dólar de
“tasa”, pero si le explicas con calma al oficial que sabes que no debes
pagarlo, te sellará el pasaporte sin problemas). Lo mismo pasa en el lado
camboyano, pero con calma y paciencia, pagas tus 20 dólares y esperas a que el
autobús que habías contratado te lleve hasta el siguiente puesto, en donde te
pondrán el sello de entrada a Camboya.
El
paseo en barco hasta la frontera con Camboya empezó con una visita a una aldea
del Mekong (para intentar vender telas y prendas de ropa) y una piscifactoría
flotante, una auténtica turistada que venía incluida en el precio y que te
tenías que tragar sí o sí. Tonterías a parte, el viaje en barca por el Mekong
fue espectacular y una manera original de cruzar la frontera. Nos hizo un
tiempo fantástico y pudimos disfrutar de un paisaje que hasta la fecha no
conocíamos, pues jamás había visto un río de semejante calibre.
Una vez
cruzada la frontera, nos quedaban 2-3 horas de viaje en una furgoneta hasta la
Phnom Penh, la capital de Camboya. Tuvimos la suerte de compartir el viaje con
2 tipos ingleses que habían estado anteriormente en Laos y que parecían muy buena
gente, lástima que hablaban terriblemente rápido y no les entendíamos casi
nada, acabamos con la cabeza como un bombo del esfuerzo. También tuvimos la
“grandísima suerte” de coincidir con un niñato de papá rumano que tenía más
tics que Quim Monzó, para el que cada momento de su vida era “amazing” y que
hablaba como si le estuvieran metiendo un palo en el culo cada vez que abría la
boca. ¡Qué tío más pesado! Lo mejor fue cuando nos preguntó con su estúpida
sonrisa sardónica si en España trabajábamos algo o nos pasábamos el día echando
la siesta. El inglés simpático se quedó flipando con el niñato de las narices,
pero imaginaros nuestra cara. ¿Acaso sabía tremendo payaso la idea que se tiene
en nuestro país de los rumanos? Aunque las ganas me corroían, mantuvimos la
compostura, fuimos elegantes y no le dijimos nada, no había que ponerse a su
altura. Eso sí, después de eso pasamos de su cara y esperamos a llegar a Phnom
Penh. Afortunadamente no tardamos mucho.
La
furgoneta nos dejó a tomar por culo, y al bajar de ella el resto de guiris huyó
en desbandada a negociar el precio del tuk-tuk en grupos de 4 y dejándonos en
la estacada a merced de los conductores, aunque nos defendimos bien y
conseguimos un buen precio, rebajando los 15 dólares iniciales a tan solo 3.
Nuevamente entrábamos en otro país en donde te va la vida en el regateo. ¡Así es Asia!
4 de noviembre de 2012
Ho Chi Minh City
Después
de nuestro encuentro con la fauna salvaje
vietnamita nos dirigimos hacia el centro económico y comercial del país, la
antigua Saigón, que hoy lleva el nombre del tío Ho Chi. Allí pasaríamos el Día
Nacional de Vietnam (2 de Septiembre), día que conmemora la proclamación de
independencia del país promulgada por su amada líder Ho Chi Minh.
Nos
habían alertado de lo caótico de esta ciudad, del agobiante tráfico de sus
calles, del cual nos dijeron que era muchísimo más sofocante que el de Hanoi,
pero nuestra impresión (quizás porque íbamos sobre aviso) no fue esa ni mucho
menos. Es cierto que Saigón es caótica, tiene muchísimo tráfico, etc, pero muy
similar a Hanoi desde mi punto de vista, sin grandes diferencias. Pekín nos
pareció muchísimo más agobiante, con una manera de conducir realmente agresiva
y sin ningún lugar a dudas mucho más irrespirable (especialmente para un
asmático) que Saigón con diferencia. Lo que sí es bastante más cara que el
resto del país, y también se nota la diferencia.
Gracias
a unos chicos irlandeses conseguimos una habitación por 4 dólares persona en
una “pensión” con una chica muy graciosa que solo sabía decir “my friend is
coming” y “no problem” y en la que a la mínima se iba la luz, pero era lo más
económico del lugar y con una relación calidad-precio razonable. Vimos
cuchitriles más caros que eran absolutamente inhabitables, dignos de la
conocida película de zombies del señor Balagueró que debería ocupar los
estantes de películas de serie Z de los videoclubs, o simplemente desaparecer.
Lo
mejor de nuestra estancia en esta ciudad, y quizá lo único que merece la pena,
fue la visita al Museo de la Guerra, que aunque ofrece una visión muy
partidista (lógico en un país comunista) de los acontecimientos, pone sobre la
mesa detalles, información y documentos gráficos del conflicto que no llegan a
nuestro sesgado mundo occidental. La entrada cuesta 20000 dong (0,8 euros) y es
válida para todo el día (el museo cierra a mediodía y vuelve a abrir a las 4 de
la tarde si no recuerdo mal). Merece mucho la pena realizar la visita con
calma. El edificio consta de 3 plantas y la visita se empieza en el tercer
piso, en donde se ordenan cronológicamente los episodios del conflicto y
aprendes que la guerra estalló por las
diferencias entre Vietnam del Norte y Vietnam del Sur, entrando en
escena primero los franceses al ver peligrar su colonia, y más tarde los
americanos, que como siempre, se metieron donde nadie les llama.
El otro
punto estrella del museo se encuentra en el segundo piso, en donde se muestra
una colección de fotografías (algunas impactantes) de las atrocidades que
cometieron los americanos en la guerra de Vietnam y los efectos que produjeron
los agentes químicos sobre la población civil. Es sobre todo llamativo el
llamado Orange agent, considerado el
arma biológica más nociva jamás creada. Aquí podremos ver fotografías de sobras
conocidas por nosotros, como la llamada La
niña del napalm, entre otras. El
punto flaco de esta exposición, como es evidente, es la ausencia de imágenes
que muestren las atrocidades que cometía el Viet Cong, pero como un país
comunista va a reconocer y divulgar las barbaridades que cometieron. A pesar de
ello, la visita al museo consideramos que es imprescindible si decides pasar
por Saigón.
La otra
parte positiva de Saigón es que nos reencontramos con Rubén, Sabina y Laura
antes de que volvieran a España y que Sabina me quitó a jeringazos un tapón de
cera que me había estado dando el coñazo durante una semana. Imaginadme
intentando entender a la gente con mi supernivel de inglés y sordo como una
tapia. Como Paco Martínez Soria en La
ciudad no es para mí.
3 de noviembre de 2012
La cebra
¿Creéis
que en Vietnam existen cebras? No ¿verdad? Pues estáis equivocados. En Da Lat,
en medio de las montañas, puedes ver cebras. Increible.
Después
de incontables horas de viaje en autobús, en el que afortunadamente pudimos
dormir, nos plantamos en Da Lat después de cambiar de autobús en Nha Trang, en
donde tan solo estuvimos 1 hora de paso, de lo que nos alegramos muchísimo,
pues es como Lloret de Mar, Salou o Benidorm, por lo que sobran comentarios. En
Vietnam pasa una cosa bien curiosa con los transportes, y es que los autobuses
no siempre paran en la estación de autobuses del pueblo o ciudad, sino que en
la mayoría de ocasiones paran enfrente de un hotel con el que tienen algún tipo
de acuerdo, para intentar que los turistas piquemos, nos quedemos en dichos
hoteles y recibir a cambio su comisión, práctica que resulta bastante molesta
para el mochilero, que tiene que cargar con su equipaje durante sabe cuanto
tiempo en busca del centro de la ciudad, el hotel reservado, etc.
Engaños
y timos aparte, el viaje por el interior de Vietnam bien merece la pena, pues
el paisaje cambia radicalmente, dando paso a paisajes realmente rurales, en
donde las poblaciones dejan de tener construcciones de estilo francés o
colonial para dar paso a sencillas y bonitas casas o chabolas de madera que
confieren un aire más auténtico al entorno.
Los
motivos que nos llevaron Da Lat fueron huir de las hordas de turistas que
siguen las guías de viaje más famosas y hacer algo de ejercicio, con el
objetivo del monte Lang Biang en la cabeza, un antiguo volcán que alcanza una
altura de 2167m. Da Lat es una ciudad cara en comparación con el norte de
Vietnam, pero buscando un poquito buscas cantidad de puestos de fideos baratos,
restaurantes repletos de lugareños en las inmediaciones del mercado central y
numerosos puestos de comida rápida en el mercado nocturno, además de algún
restaurante que ofrece platos de arroz, noodles y rollitos de primavera por un
módico precio. La dieta estándar que un mochilero en Vietnam.
Para ir
al monte Lang Biang, hay que coger un autobús en la calle Panh Ding Phung que
cuesta 12000 dong/trayecto (0,5 euros) hasta la última parada, en la entrada del
parque nacional. Una vez allí pagas la entrada al parque (10000 dong = 0,4
euros) y en unas 2 horas de camino llegas hasta la cima. Existen 2 caminos
desde el panel informativo de la entrada del parque. El más recomendable es el
de la izquierda, que sube siguiendo la carretera hasta un segundo panel
informativo que indica el camino a seguir ya por el interior del bosque. Y un
camino que sale a la derecha de la carretera y que va a dar a la misma justo
antes del segundo panel informativo. Este segundo camino es mucho más empinado,
y no es recomendable porque está muy mal señalizado y es muy fácil perderse en
el bosque. Nosotros coincidimos con 2 chicos alemanes que pudieron evitar la
carretera gracias a que llevaban grabado el track en su GPS.
La
caminata fue muy gratificante, aunque en su parte final la pendiente es muy
pronunciada y se salva subiendo unos interminables escalones llenos de barro y
muy, muy resbaladizos, pero las vistas desde la cima bien merecen la pena el
esfuerzo.
De
todas maneras, lo más impactante del día no fue ni llegar a la cima, ni
contemplar las vistas, sino poder contemplar la verdadera esencia de lo que
significa Vietnam hoy en día. Y es que al entrar en el recinto del parque
natural pudimos observar una escena totalmente increíble, que no nos podíamos
creer ni aún después de frotarnos los ojos varias veces. ¡En el parque había
cebras! Yo creía que solamente podías verlas en África, pero no, tanto
documental de la 2 no había servido para nada, nos acababan de desmontar
nuestra imagen de la sabana africana ¿y si todos esos documentales del
Serengeti se habían rodado allí, en Da Lat, en el puto centro de Vietnam? ¿Y
dónde estaban los leones, y las hienas? Desgraciadamente, solamente había que
prestar un poquito de atención y limpiar bien las gafas. Bien es sabido que
Vietnam es el paraíso de las falsificaciones, aquí lo copian todo y todo parece
original y de primerísima calidad. ¡Todo
menos las cebras! ¿Pero a quién se le ocurre pintarle rayas negras a un
pobre caballo blanco? Si el malogrado amigo Félix levantara la cabeza no se
creería semejante esperpento. ¡Hay que ser cutre para hacerle eso a unos pobres
caballos! No tiene nombre.
Como
decía, esto refleja perfectamente lo que es este país hoy día, el paraíso de la falsificación, pero eso no es culpa de ellos, y cuando caminas por las calles vietnamitas y miras atentamente a cualquier persona de más de 40 años piensas, ¡coño! este/a tío/a ha vivido la guerra en sus carnes. Entonces reflexionas y ya no te parece tan agobiante ni tan terrible que te estén intentando sacar un dólar cada vez que pueden.
2 de noviembre de 2012
Trajes, turistas y luces de colores
Después
de una sensación de resaca que ya parecía olvidada y de continuar disfrutando
de una piscina increíble a pie de playa, y después de una salvadora llamada de
la chica del hotel, cogimos un sleeper
bus en medio de la carretera, casi a la carrera y una vez más bajo la
lluvia, de una compañía “nisu” totalmente distinta de la que habíamos
contratado, para dirigirnos hacia Hoy An, el destino ideal para quienes buscan
“shopping tourism” y hacerse un traje a medida. El autobús era muy gracioso,
pues estaba completamente destartalado, algunos asientos no se podían poner en
posición vertical y viceversa, y los viajeros daban unos botes tremendos a cada
bache que cogía el autobús. Pero llegamos a destino en poco tiempo, y
afortunadamente nos dejaron a 15 minutos caminando de nuestro hotel. Dejamos
las cosas y nos fuimos a dar un paseo por la ciudad para ver el atardecer a la
vera del río, desde un curioso puente adornado con faroles de colores que
hicieron que la puesta de sol fuera un auténtico espectáculo, continuado con el
festival de colores de los mercados nocturnos y calles de la ciudad. Una cena
en medio de alguna cucaracha desperdigada y unas bia hoi a 4000 dong (20 céntimos de euro), a nuestro juicio lo que
más merece la pena de la ciudad.
Aquí
recuperamos el 40% del dinero que habíamos pagado por el crucero en Halong Bay, lo que nos llevó tan solo
unos minutos, pues el dueño de la compañía realmente cumplió su palabra con
diligencia, y más felices que unas pascuas nos fuimos a entremezclarnos con el
gentío en los mercados diurnos situados a la ribera del río, a refrescarnos con
alguna bia hoi antes de subir al
autobús que nos llevaría, previo trasbordo, hasta Da Lat.
A
nuestro modo de ver Hoi An es una ciudad extremadamente turística donde no hay
mucho que hacer salvo que tu objetivo sea ir de compras (evidentemente de
artículos de imitación y dudosa calidad), hacerte un traje a medida (con una
oferta escandalosa) y gozar de una variada oferta culinaria siempre que tu
presupuesto te lo permita, pero en la que no merece la pena pasar más de una
noche. Ésto, como siempre, es una opinión personal.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)