Después
de nuestro encuentro con la fauna salvaje
vietnamita nos dirigimos hacia el centro económico y comercial del país, la
antigua Saigón, que hoy lleva el nombre del tío Ho Chi. Allí pasaríamos el Día
Nacional de Vietnam (2 de Septiembre), día que conmemora la proclamación de
independencia del país promulgada por su amada líder Ho Chi Minh.
Nos
habían alertado de lo caótico de esta ciudad, del agobiante tráfico de sus
calles, del cual nos dijeron que era muchísimo más sofocante que el de Hanoi,
pero nuestra impresión (quizás porque íbamos sobre aviso) no fue esa ni mucho
menos. Es cierto que Saigón es caótica, tiene muchísimo tráfico, etc, pero muy
similar a Hanoi desde mi punto de vista, sin grandes diferencias. Pekín nos
pareció muchísimo más agobiante, con una manera de conducir realmente agresiva
y sin ningún lugar a dudas mucho más irrespirable (especialmente para un
asmático) que Saigón con diferencia. Lo que sí es bastante más cara que el
resto del país, y también se nota la diferencia.
Gracias
a unos chicos irlandeses conseguimos una habitación por 4 dólares persona en
una “pensión” con una chica muy graciosa que solo sabía decir “my friend is
coming” y “no problem” y en la que a la mínima se iba la luz, pero era lo más
económico del lugar y con una relación calidad-precio razonable. Vimos
cuchitriles más caros que eran absolutamente inhabitables, dignos de la
conocida película de zombies del señor Balagueró que debería ocupar los
estantes de películas de serie Z de los videoclubs, o simplemente desaparecer.
Lo
mejor de nuestra estancia en esta ciudad, y quizá lo único que merece la pena,
fue la visita al Museo de la Guerra, que aunque ofrece una visión muy
partidista (lógico en un país comunista) de los acontecimientos, pone sobre la
mesa detalles, información y documentos gráficos del conflicto que no llegan a
nuestro sesgado mundo occidental. La entrada cuesta 20000 dong (0,8 euros) y es
válida para todo el día (el museo cierra a mediodía y vuelve a abrir a las 4 de
la tarde si no recuerdo mal). Merece mucho la pena realizar la visita con
calma. El edificio consta de 3 plantas y la visita se empieza en el tercer
piso, en donde se ordenan cronológicamente los episodios del conflicto y
aprendes que la guerra estalló por las
diferencias entre Vietnam del Norte y Vietnam del Sur, entrando en
escena primero los franceses al ver peligrar su colonia, y más tarde los
americanos, que como siempre, se metieron donde nadie les llama.
El otro
punto estrella del museo se encuentra en el segundo piso, en donde se muestra
una colección de fotografías (algunas impactantes) de las atrocidades que
cometieron los americanos en la guerra de Vietnam y los efectos que produjeron
los agentes químicos sobre la población civil. Es sobre todo llamativo el
llamado Orange agent, considerado el
arma biológica más nociva jamás creada. Aquí podremos ver fotografías de sobras
conocidas por nosotros, como la llamada La
niña del napalm, entre otras. El
punto flaco de esta exposición, como es evidente, es la ausencia de imágenes
que muestren las atrocidades que cometía el Viet Cong, pero como un país
comunista va a reconocer y divulgar las barbaridades que cometieron. A pesar de
ello, la visita al museo consideramos que es imprescindible si decides pasar
por Saigón.
La otra
parte positiva de Saigón es que nos reencontramos con Rubén, Sabina y Laura
antes de que volvieran a España y que Sabina me quitó a jeringazos un tapón de
cera que me había estado dando el coñazo durante una semana. Imaginadme
intentando entender a la gente con mi supernivel de inglés y sordo como una
tapia. Como Paco Martínez Soria en La
ciudad no es para mí.
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