19 de noviembre de 2012

Un día en la jungla

Hoy ha sido un día increíble. Después un desayuno a base de galletas (como viene siendo habitual) hemos ido hasta el local de Deng, el que iba a ser nuestro guía en nuestra caminata por en medio de la jungla. Lamentablemente, Deng nos comunica que no íbamos a poder ver ningún tigre, pues para ello, tendríamos que hacer una ruta de 3-4 días, lo que nos salía sumamente caro, ¡qué pena!
Lo primero que hacemos es ir con nuestro guía al mercado local, donde nos da una pequeña clase de como comprar barato (cosa fácil para él, pues es local, porque nosotros volvimos al día siguiente y nos pedían 4-5 veces el precio real) y de calidad. Compramos carne de cerdo, plátanos, verdura, sticky rice (un arroz pegajoso que está riquísimo) y unos dulces de arroz con plátano envueltos en hoja de palmera que están deliciosos y que nos sirvieron como aperitivo durante el camino.
Tras la compra subimos a la furgoneta y fuimos a visitar un pueblo de la minoría étnica Lahu, a la que pertenecía nuestro guía. Fuera de ser una turistada más (como pensamos al principio) la visita al pueblo fue una experiencia muy agradable y enriquecedora, pues Deng nos explicó muchísimas cosas acerca de la manera de vivir y creencias de la gente laosiana. A modo de ejemplo, nos explicó que las casas se construyen sobre pilares para poder dejar un espacio debajo de la casa a modo de almacenaje y que acceden a la vivienda a través de una escalera que siempre debe tener un número par de escalones, pues de esa manera los malos espíritus no pueden entrar en sus casas. Por el contrario, cuando alguien de la familia muere, deben cambiar la escalera de acceso por una con un número impar de escalones, porque así permiten al espíritu del difunto que entre en la vivienda y pueda proteger a la familia. Y así, unas cuantas cosas más acerca de la vida cotidiana de los laosianos. También nos explicó el significado de la bandera laosiana, con 2 franjas rojas, una azul y un círculo blanco en el centro. Las 2 franjas azules simbolizan la unión del cielo (azul) y la tierra (verde, pues Laos está completamente poblado por bosques tropicales). El color rojo simboliza la sangre vertida por los miles de laosianos muertos en diferentes conflictos bélicos en los que ellos no querían participar y que los países vecinos, especialmente China (una vez más, el país asiático que se cree con derecho de invadir a sus vecinos cuando se le antoja), Tailandia y EEUU (para no variar, éstos últimos especialmente sangrientos e inhumanos). Y el color blanco de su bandera simboliza el carácter pacífico de los laosianos, que intentan vivir en paz con sus vecinos a pesar del empeño que históricamente han mostrado ellos en evitarlo.
Después de visitar el pueblo, recogimos a un nuevo guía que se conocía bien la zona y empezamos nuestra aventura por la jungla, caminando por un estrecho, embarrado y resbaladizo sendero por el que nuestros guías en chanclas se movían como Pedro por su casa mientras nosotros íbamos con nuestras superbotas de trekking dando palos de ciego para intentar mantener el equilibrio ¡qué triste! A cada paso que dábamos, Deng nos iba explicando cosas sobre la selva, enseñándonos los tipos de plantas que encontrábamos a nuestro paso, dándonos a probar un montón de plantas y frutas de las que jamás habíamos oído hablar, probamos nuestro primer plátano silvestre, y también iba recogiendo hojas de palmera y otras plantas que nos servirían de platos más tarde.
A mitad de camino hicimos un alto para preparar la comida en un pequeño claro donde los lugareños habían construido un pequeño refugio. Deng y su amigo sacaron sus machetes y empezaron a cortar trozos de bambú, con el que hicieron de todo. Un trozo sirvió de olla para cocinar la carne junto con las plantas recogidas durante el camino. Otro trozo lo utilizaron para fabricar una especie de “plato” en el que servir la comida. Otro sirvió para fabricar unas cucharas de bambú, etc. Es increíble lo atrofiados que estamos los cosmopolitas del primer mundo y lo poco que necesita esta gente para sobrevivir, tan solo un machete y la jungla les provee de cuanto necesitan, son unos cracks, saben hacer de todo. Si nos dejaran a nosotros en medio de aquellos bosques no duraríamos ni un santiamén. Realmente nos dieron una lección en toda regla, y a nosotros nos pareció la repera lo que estaban haciendo, cuando sin ir más lejos, muchos de nuestros padres también eran capaces de hacer lo mismo. Nuestra sociedad tiene algunas cosas buenas, pero ha atrofiado completamente nuestro instinto de supervivencia.
Después de una comida estupenda, nuevamente a caminar hasta llegar a unos bancales de arroz, en donde aprendimos que el arroz, al igual que el trigo, se espiga (hasta donde llegaba nuestra ignorancia…) y donde casi nos perdemos, a pesar de llevar guía, pero llegamos sanos y salvos. Después de la caminata aún fuimos a visitar una aldea de la minoría étnica Hmong, una etnia con la que nos volvíamos a cruzar después de nuestra visita a Sapa y que está repartida por toda Indochina, en donde al entrar en el pueblo un grupo de niños salieron a recibirnos con sus estruendosas risas, que se multiplicaron por diez cuando Diana empezó a hacerles fotos (los niños laosianos son los más simpáticos, igual que los adultos, que nos hemos cruzado hasta la fecha durante nuestro viaje). Aquí Deng nos explicó que las aldeas laosianas tienen 3 jefes (mayoritariamente hombres, aunque existen algunas en que las mujeres pueden ser jefes), que son escogidos por votación a mano alzada entre los habitantes del pueblo y que son elegidos por un período de 3 años, después del cual nunca más pueden volver a ser jefes. Además de eso, está la figura del hombre más anciano de la comarca, al que se le puede pedir consejo y cuya voz y voto tiene más importancia del que nosotros pudiéramos pensar.
Como decía al principio, el día fue una experiencia increíble y aprendimos muchísimo acerca de las costumbres de los laosianos. Uno de los mejores días del viaje, sin duda.
Al día siguiente, aún con resaca por la experiencia del día anterior, decidimos tomárnoslo con más calma y alquilamos unas bicicletas para ir a visitar unas cataratas a 6 km de distancia de la ciudad. El paseo hasta las mismas es muy sencillo y en apenas una hora llegas a la entrada de las cataratas a un ritmo tranquilo. La entrada cuesta 10000 kip + 5000 kip por aparcar la bicicleta (total 2 personas + 2 bicicletas = 30000 kip (1,2 euros)). Desde la entrada a las cataratas hay un pequeño paseo de 15 minutos. En la ciudad te venden la cascada como algo impresionante, pero una vez que llegas allí, no es más que una pequeña cascada de apenas 5-6 metros de altura, aunque por el precio, merece la pena ir hasta allí y quedarse un rato con los pies en remojo y pasar la mañana lejos del calor de la ciudad.
Luang Nam Tha tiene muchísimas opciones de senderismo, pero muy caras si viajas con un presupuesto limitado. Pero si tu destino de vacaciones solamente es Laos, merece la pena realizar un trekking de varios días, pues los precios son asequibles si los comparas con los de nuestro país.

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