Después
de 10 horas de viaje llegamos a Vientiane, concretamente a la estación de
autobuses del sur, a unos 6 km del centro de la ciudad, y teníamos que ir a la
estación de autobuses del norte, que está en la otra punta de la ciudad, a 11
km del centro. Laos no podía ser perfecto. Y es que en este país, las
estaciones de autobuses están a tomar por culo, cuanto más lejos mejor, quizá
para dar trabajo a los conductores de tuk-tuk,
pero no hay ninguna que esté a una distancia razonable caminando del centro de
las ciudades. Un gran fallo…o no.
Llegamos
a la estación del norte, llamada así porque desde ella salen los autobuses en
dirección al norte del país (esto se repite en todas las ciudades). Allí
pasamos 12 largas horas hasta que saliera nuestro autobús a Luang Prabang, a
donde llegamos tras otras largas 14 horas en la carretera. Una vez en el centro
de Luang Prabang tratamos de encontrar un alojamiento económico, cosa que
resultó más difícil de lo previsto, pues esta ciudad es un importante destino
de turismo occidental y los precios son totalmente desproporcionados. Aun así,
encontramos una habitación por 10 dólares en un lugar espectacular, en una
pequeña casa para 2 con jardín ¡un lujo! Y además venía con sorpresa. Mientras
inspeccionábamos la habitación en busca de vida interior vi detrás de la
cabecera de la cama dos figuras de piedra, o eso creía yo, de algo parecido a
unas salamanquesas gigantes (Laos está lleno de ellas), hasta que una de las
figuritas decidió moverse ¡joder, qué susto! Al ver corretear a esas bestias de
30 cm de longitud salimos de la habitación a pedir auxilio al dueño del hotel,
que no os creáis que fue tan pancho. El tipo cogió unas tenazas, y medio
acongojado sacó a los dragoncillos uno a uno, y como peleaban los condenados.
De todas maneras, el tipo no perdió la sonrisa en ningún momento, cosa habitual
en este país.
Superado
el pequeño incidente, y esperando no tener más vida en la habitación, fuimos a
comprar nuestro billete a Luang Nam Tha para el día siguiente y también a dar
una vuelta por la ciudad alrededor de los ríos Nam Tha y Mekong. Además, ese
fin de semana se celebraba en Luang Prabang la Boat Racing, una gran fiesta culminada por unas carreras de
traineras que traían loca a la ciudad, en donde 50 tíos encima de una canoa
enorme remaban a destajo gritando al unísono a cada remada, todo un
espectáculo. Lamentablemente solo pudimos ver los entrenamientos, pues las
carreras eran el día que marchábamos.
Al día
siguiente bien temprano nos vienen a recoger para llevarnos hasta la minivan que nos conducirá hasta Luang
Nam Tha, donde los lugareños amablemente nos dejaron los dos últimos asientos
justo encima de las ruedas traseras, ¡qué suerte! Fueron casi 9 horas de botes
continuos, donde con cada bache saltábamos de los asientos y gracias al
cinturón de seguridad no nos empotramos contra el techo de la furgoneta, aunque
Diana tuvo un par de coscorrones y nuestras lumbares acabaron echas trizas. A
pesar de eso, recordemos que esto es Laos, el viaje fue espectacular, ¡menudos
paisajes tiene este país! La verdad es que el viaje fue de lo más curioso, pues
por ejemplo, cuando alguien tiene ganas de mear avisa al conductor y ¡venga!
Todos abajo a vaciar en la cuneta. Que ahora veo un puesto de fruta que me
gusta, aviso al conductor y bajo a comprar naranjas a kilos. Si de repente el
conductor para, nadie baja de la furgoneta y no tienes ni idea de que está
pasando, resulta que ha habido un desprendimiento de tierra que corta la
carretera y no puedes pasar. Pero no pasa nada siempre y cuando tengas un par
de excavadoras trabajando a todo trapo para despejar el camino en apenas 20
minutos. ¡Impresionante!
Una vez
en Luang Nam Tha, como no, la estación está a 10 km del pueblo y el único tuk-tuk que hay quiere sacar tajada del
asunto y cobrarnos el doble por llevarnos, además de reírse en nuestra puta
cara mientras nos dice que es nuestra única posibilidad. ¿Seguro? Pues lo
llevas claro colega, acabas de perder unos dólares (fue nuestra respuesta).
Salimos de la estación de autobuses y paramos a una ranchera en la gasolinera que
estaba al lado y conseguimos que nos llevara hasta el pueblo por la cara,
parando por el camino para comprar unas sillas para la casa. Lástima que no
pudimos despedirnos del usurero del tuk-tuk.
Y para celebrarlo, ¡pues unas Beer Lao!
Nos
alojamos en Zuela Guesthouse, una casita de madera muy acogedora, muy limpia
(como todos los alojamientos en Laos), con wifi en la habitación y mosquitera,
en medio de un jardincillo y con una terraza para los huéspedes. Todo por el
módico precio de 7 euros la noche. Además, cenamos en un restaurante japonés
donde con la comida te servían agua gratis y donde nos pusimos las botas con un
yakisoba más que aceptable y un katsudon exquisito. Y atendidos de la
mejor de las maneras posibles. ¡Cómo nos está gustando Laos!
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