19 de noviembre de 2012

Los dragones

Después de 10 horas de viaje llegamos a Vientiane, concretamente a la estación de autobuses del sur, a unos 6 km del centro de la ciudad, y teníamos que ir a la estación de autobuses del norte, que está en la otra punta de la ciudad, a 11 km del centro. Laos no podía ser perfecto. Y es que en este país, las estaciones de autobuses están a tomar por culo, cuanto más lejos mejor, quizá para dar trabajo a los conductores de tuk-tuk, pero no hay ninguna que esté a una distancia razonable caminando del centro de las ciudades. Un gran fallo…o no.
Llegamos a la estación del norte, llamada así porque desde ella salen los autobuses en dirección al norte del país (esto se repite en todas las ciudades). Allí pasamos 12 largas horas hasta que saliera nuestro autobús a Luang Prabang, a donde llegamos tras otras largas 14 horas en la carretera. Una vez en el centro de Luang Prabang tratamos de encontrar un alojamiento económico, cosa que resultó más difícil de lo previsto, pues esta ciudad es un importante destino de turismo occidental y los precios son totalmente desproporcionados. Aun así, encontramos una habitación por 10 dólares en un lugar espectacular, en una pequeña casa para 2 con jardín ¡un lujo! Y además venía con sorpresa. Mientras inspeccionábamos la habitación en busca de vida interior vi detrás de la cabecera de la cama dos figuras de piedra, o eso creía yo, de algo parecido a unas salamanquesas gigantes (Laos está lleno de ellas), hasta que una de las figuritas decidió moverse ¡joder, qué susto! Al ver corretear a esas bestias de 30 cm de longitud salimos de la habitación a pedir auxilio al dueño del hotel, que no os creáis que fue tan pancho. El tipo cogió unas tenazas, y medio acongojado sacó a los dragoncillos uno a uno, y como peleaban los condenados. De todas maneras, el tipo no perdió la sonrisa en ningún momento, cosa habitual en este país.
Superado el pequeño incidente, y esperando no tener más vida en la habitación, fuimos a comprar nuestro billete a Luang Nam Tha para el día siguiente y también a dar una vuelta por la ciudad alrededor de los ríos Nam Tha y Mekong. Además, ese fin de semana se celebraba en Luang Prabang la Boat Racing, una gran fiesta culminada por unas carreras de traineras que traían loca a la ciudad, en donde 50 tíos encima de una canoa enorme remaban a destajo gritando al unísono a cada remada, todo un espectáculo. Lamentablemente solo pudimos ver los entrenamientos, pues las carreras eran el día que marchábamos.
Al día siguiente bien temprano nos vienen a recoger para llevarnos hasta la minivan que nos conducirá hasta Luang Nam Tha, donde los lugareños amablemente nos dejaron los dos últimos asientos justo encima de las ruedas traseras, ¡qué suerte! Fueron casi 9 horas de botes continuos, donde con cada bache saltábamos de los asientos y gracias al cinturón de seguridad no nos empotramos contra el techo de la furgoneta, aunque Diana tuvo un par de coscorrones y nuestras lumbares acabaron echas trizas. A pesar de eso, recordemos que esto es Laos, el viaje fue espectacular, ¡menudos paisajes tiene este país! La verdad es que el viaje fue de lo más curioso, pues por ejemplo, cuando alguien tiene ganas de mear avisa al conductor y ¡venga! Todos abajo a vaciar en la cuneta. Que ahora veo un puesto de fruta que me gusta, aviso al conductor y bajo a comprar naranjas a kilos. Si de repente el conductor para, nadie baja de la furgoneta y no tienes ni idea de que está pasando, resulta que ha habido un desprendimiento de tierra que corta la carretera y no puedes pasar. Pero no pasa nada siempre y cuando tengas un par de excavadoras trabajando a todo trapo para despejar el camino en apenas 20 minutos. ¡Impresionante!
Una vez en Luang Nam Tha, como no, la estación está a 10 km del pueblo y el único tuk-tuk que hay quiere sacar tajada del asunto y cobrarnos el doble por llevarnos, además de reírse en nuestra puta cara mientras nos dice que es nuestra única posibilidad. ¿Seguro? Pues lo llevas claro colega, acabas de perder unos dólares (fue nuestra respuesta). Salimos de la estación de autobuses y paramos a una ranchera en la gasolinera que estaba al lado y conseguimos que nos llevara hasta el pueblo por la cara, parando por el camino para comprar unas sillas para la casa. Lástima que no pudimos despedirnos del usurero del tuk-tuk. Y para celebrarlo, ¡pues unas Beer Lao!
Nos alojamos en Zuela Guesthouse, una casita de madera muy acogedora, muy limpia (como todos los alojamientos en Laos), con wifi en la habitación y mosquitera, en medio de un jardincillo y con una terraza para los huéspedes. Todo por el módico precio de 7 euros la noche. Además, cenamos en un restaurante japonés donde con la comida te servían agua gratis y donde nos pusimos las botas con un yakisoba más que aceptable y un katsudon exquisito. Y atendidos de la mejor de las maneras posibles. ¡Cómo nos está gustando Laos!
 

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