19 de noviembre de 2012

¡Saa bai dee!


Salimos en autobús desde Phnom Penh a las 7:00 am. A las 6:30 debía venir a recogernos el servicio pick up de la compañía de autobús, y vino. Por desgracia, el chófer de la furgoneta se negó a llevarnos porque no figurábamos en su lista, a pesar de que el trayecto que iba a hacer era el mismo. ¡Increíble! Finalmente el personal del hotel, ya que el error había sido de ellos a la hora de hacer la reserva, nos pagó un tuk-tuk hasta la estación de autobuses.
A las 7 en punto salía el VIP bus dirección a Laos. Lo de VIP bus se debía a los ribetes de las cortinas y a que tenía unos sillones de cuero enormes, a la par que poco cómodos, ya que ni siquiera tenía aire acondicionado, ¡menudo VIP bus! En fin, salimos con puntualidad exquisita con mi amigo Nakamura, un japonés que también viajaba por Asia y que me tiró la caña minutos antes de subir al autobús. Aún me lo encontraría un par de veces más con sendos tiros de caña hábilmente evitados. ¡Qué sex appeal el mío!
El viaje hasta la frontera se hizo largo, muy largo. Antes de llegar al puesto fronterizo el azafato del autobús nos solicitó los pasaportes y el dinero para tramitar el visado on arrival (nos pidió 6 dólares más del precio real). Nosotros le dijimos amablemente que lo obtendríamos por nuestra cuenta. Y al llegar a la frontera empezó el show, una vez más. El “oficial” del puesto nos pedía 2 dólares por cabeza para ponernos el diminuto sello de salida de Camboya, a lo que obviamente nos negamos, pues sabíamos con certeza que no debíamos pagar ese “peaje”, y el muy cabrón nos invitó a cruzar la frontera sin ponernos el maldito sello, sabiendo que en el lado laosiano no nos iban a conceder el visado sin el sello de salida camboyano. Lógico. Así pues, volvimos al lado camboyano, donde, para nuestra sorpresa, el “oficial” había decidido recoger sus bártulos y abandonar el puesto. Allí, sus secuaces nos dijeron que al menos íbamos a esperar 1 hora, por sus cojones, a no ser, claro, que pagáramos.
Lo cierto es que el resto de turistas estaban dispuestos a pagar los 2 dólares de “peaje”, pero gracias a Diana, que les alentó a no dejarse engañar y no pasar por el aro, montamos nuestra pequeña rebelión en medio de la nada, entre risas y cagándonos en los ancestros del “policía” y sus amigos. Pasados unos minutos, el “individuo” en cuestión nos rebajó su tasa a 1 dólar, a lo que nos volvimos a negar, por supuesto. Entonces apareció el azafato del autobús, quien estaba cabreado por no haber conseguido sus dólares extras del día (unos 30-40 dólares aproximadamente) y nos amenazó con no esperar más y dejarnos en tierra si no pagábamos el “arancel”. Aquí están todos compinchados, panda de….. Diana y yo seguíamos en nuestras trece. Ella fotografió la matrícula del autobús por si acaso y les amenazó con llamar a la policía. Lamentablemente, el resto de guiris fue pasando por caja uno tras otro obligándonos a nosotros también a pagar el puto dólar que fue directo al bolsillo del mamón del “policía”.
Una vez en lado laosiano la misma historia, pero allí ya pagamos directamente el “peaje” sin montar follón y por fin obtuvimos nuestra puerta de entrada a Laos.
Después de este pequeño episodio, y tras unas cuantas horas más de carretera, ¡Saa bai dee!, llegamos a Pakse. Mi amigo Nakamura aprovechó para pedirme mi mail y mi Facebook y después cogimos un tuk-tuk que nos llevara al hotel a por una merecida ducha.
Ya limpitos y habiendo cambiado nuestros dólares en un supermercado a las 8 de la noche, ya pudimos comprobar que la gente de Laos es la más amable que nos habíamos encontrado hasta la fecha y con mucha diferencia. Bastaron tan solo unos pocos minutos para darnos cuenta de que Laos es totalmente distinto al resto del sureste asiático, pausado, calmado y lejos del habitual bullicio, con sus gentes afables y transmitiendo una gran calma. ¡Una delicia!
El día lo terminamos con una rica cena (y mucho más barata que en Camboya) y unas fresquísimas Beer Lao con las que celebramos que nos habíamos ahorrado unos cuantos dólares en la frontera. Hoy nos las habíamos ganado con creces.
A la mañana siguiente, ya en pleno día, comprobamos que nuestras sensaciones del día anterior no habían sido un espejismo y que en Laos nos íbamos a sentir como en casa. Se respiraba una tranquilidad abrumadora. Pakse es una ciudad sin apenas tráfico, lejos del frenesí automovilístico de los países que habíamos visitado antes y donde se respira una paz casi absoluta. Dimos un paseo por la ribera del Mekong, visitando un templo budista donde los monjes ataviados con sus trajes color naranja te saludan con una gran sonrisa haciéndote sentir bienvenido, y recorrimos las tranquilas calles de la ciudad mientras dejábamos pasar el tiempo antes de coger el autobús que nos llevaría hasta la capital, Vientiane.
Ese autobús sí que era realmente un VIP bus. Las literas eran completamente horizontales y hechas para 2 personas (lo que es una suerte si viajas en pareja o puede ser horrible si viajas solo), con una manta precintada en una bolsa de plástico, un snack de bienvenida, una botella de agua y una toallita para limpiarte. Y también con baño y aire acondicionado. No dábamos crédito, estábamos flipando con el autobús. Esa fue la primera vez que dormimos a pierna suelta en un sleeper bus en lo que llevábamos de viaje, y también sería la última.

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